Hola, mi nombre es Tarah Zeng, también conocida como Tarahbi por mi mejor amiga Leoa, he decidido escribir mi primera novela original, aunque tengo tres años desde que ingrese al maravilloso mundo de la literatura y los cuentos de hadas. Me gusta el anime, los libros de ficción y fantasía, con muchas aventuras y romance *w* me encantan, también me gusta el manga y japón xD por algo mi nombre parece japones, tambien soy amante de los videojuegos en especial del erizo favorito de todos *w* Sonic The Hedgehog, soy escritora en este Fandom en la pagina de Fanfiction.net, con igual nombre "Tarah Zen G" y también me encuentro en DA o nombre completo "Deviantart" aunque no soy muy buena creando arte digital, prefiero quedarme con la escritura :3
Es una imagen que hice.
Bueno, les dejo el primer capitulo completo de una novela que escribí cuando tenia 16 años de edad *w* esta actualmente terminada, solo le falta unas correcciones y cambio de escenas, cosas para mejorar la historia.
Introducción: Valentina va a ser recluida en un instituto de sanidad mentar, pero ella sabe que no esta loca, las cosas que ve son reales... ¿cierto?
V.A.L: HOSPITAL MENTAL.
Capitulo uno.
La niña que ve muertos.
Me envolvía la muerte a cada paso que daba… fantasmas
siniestros por la noche me visitaban… sombras pedidas de cuerpos putrefactos me
atormentaban… y yo… yo tenia miedo, tenia miedo porque no comprendía las cosas
que me pasaban ¿Qué era esto? ¿Las demás personas pueden ver lo que yo veo? no,
no lo hacen, por eso me enviaron ahí, por eso fui a ese lugar.
Ya era medianoche, ese era el día… adiós antigua vida.
A veces me pregunte ¿Cuánto cambiaría mi vida después de
irme de este lugar? ¿Seguirá siendo igual o cambiaría para bien lo suficiente
como para tener la vaga esperanza de salir completamente curada? No lo sabia,
pero esperaba averiguarlo.
Medianoche… medianoche…
Yo sola sabía lo que me ocurría a medianoche…
Ella estaba de vuelta, la pequeña que me ha estado
atormentando toda la vida, su cara estaba triste, como si de verdad sintiera,
como si de verdad estuviera viva.
– No te vallas – me suplico, su voz estaba rota, tocada,
dolida, podía sentir sus emociones emanando de esa simple petición como si
fuera una presa a punto de romperse ¿quien era ella? ¿Por que estaba aquí? Eran
preguntas que no se dignaba a contestar, la mayoría de las veces venia solo
para divertirse con mi sufrimiento, para divertirse con mi dolor, pero ese día
sus palabras parecían… sinceras – si te vas, será como si yo no existiera,
contigo me siento… real.
Yo no podía dormir; la mayoría de las noches no podía dormir
y ese día no fue la excepción, me encontraba esperando a que ella viniera,
porque siempre lo hacia, y yo tenia que estar preparada.
– Ahora resulta que si tienes sentimientos – dije con la
frialdad característica en mi voz, tenia que aprender a tratarla de esa manera,
por todo el odio creciente hacia esa carita acorazonada de bebé que poseía,
pero que su apariencia no me engañara, era un lobo disfrazado con piel de
cordero – Eres mala. No te creo nada.
– por favor créeme. Me siento hueca. Perdida.
Su voz muy bien pudo haber hecho eco en el abundante
silencio de la habitación. La pequeña miro al suelo, triste. Tenia la voz mas
aguda que yo hubiera escuchado en toda mi vida, una voz chillona que seria
capaz de romper los cristales de las ventanas, si solo esta habitación tuviera
ventanas.
La mire, su carita hinchada y transparente era aterradora.
Me ardían los ojos, me dolían los ojos y una lágrima se deslizo por mi mejilla.
¡Oh, no! ¡Otra vez no! Limpie la lágrima de mi mejilla, para simplemente
regarla y hacer que el color escarlata se pegara a mi piel.
Lagrimas... lagrimas de sangre cada vez que la veía.
El bombillo de la habitación apenas brillaba y la suave luz
llenaba el pequeño espacio vació. A veces, esa luz parpadeaba dejando ver mas
sombras de las que deberían.
– me has atormentado toda mi vida. No puedo creerte. Vete de
aquí.
La triste alma en pena de la pequeña se desvaneció. Y yo que
siempre sentí pena por ella me quede con una gran tristeza que embargaba mi
alma, por no haberle creído, pero
siempre intente ayudarla y la pequeña siempre me hacia sentir mal. Esa
pequeña tenia el rostro de una niña de seis o siete años, jamás cambiante, pero
su alma vieja era malvada.
Yo no podía dormir ese día; mucho mas en esa incomoda cama
de tubos con una colchoneta infligiendo el papel de una cama, una habitación
con nada mas que una cama y paredes de colchones esponjosos. Me dedique a
llorar toda la noche, sin importarme si eran lagrimas normales, o lagrimas
rubí.
Ojala Vivian estuviera de vuelta... así yo no seria quien
soy ahora, no seria esta chica encerada en una habitación diseñada para no
hacer ni hacerme daño, no estaría a solo horas de marcharme de mi casa para ir
a vivir a una institución de sanidad mental; no seria Val.
Ella por los
siguientes días y meses estuvo más perturbada que lo usual, el incendio en la
licorería lo había visto, los cuerpos quemándose de personas que vivían con el
alcohol en la sangre. La muerte de las personas en el bus que solamente
atravesaban de paso por el pequeño pueblo. La muerte de las mellizas. Que la
chica se ahorcara. Había suficientes muertes en su conciencia y una mas no
seria la excepción.
– ¿viste las sombras
cierto? – preguntaba la tierna voz de un alma muerta, su carita tan joven
estaba morada y sangrienta; y nunca podría sanar.
Las sombras la
envolvían, las almas la seguían y una nueva alma pasaría al otro lado. Ella en
el suelo tan solo lloraba sin poder desenvolver los nudos de su garganta, un
escalofrió paso por toda su columna. Sus ojos rojos se manchaban de sangre, los
iris de sus ojos de color avellana claro no miraban a ningún sitio y las
manchas negras de sus iris se movían de un lado a otro cuando este se volvió
color carmín.
– ¡por favor, Val,
anúnciale! – Me pidió el alma de la niña, porque esa chica, esa niña que ve
muertos, soy yo – ella tiene que saber
que se va con nosotros.
– ¿Cómo se va?...
¿Cómo se ira? – era lo único que decía, como un aterrador salmodia.
– Sucederá ahora –
dijo el alma en pena. Apenas ella dijo eso, un grito escalofriante salió de la
casa y los llantos de la familia sonaban en las calles corriendo para pedir
ayuda, pero ya no podían hacer nada, la madre de la muerta lloraba en el suelo
y daba enormes arcadas.
El alma de la hija
estaba afuera, viendo a su madre, mientras las personas adentro lloraban su
cuerpo, su cara sin vida estaba vacía, sin poder sentir nada, Mel se fue _el
nombre de la niña, alma muerta, era Mel_ para llevarse consigo a su nuevo
juguete espiritual.
Me apreté con las
manos los ojos hasta el punto de ver todo rojo, la piel amarillenta de mis
mejillas estaba empapada, yo no quería seguir viendo eso. Cuando mire fijamente
a la madre de la chica que acababa de morir encontré en mi camino su mirada,
tan atravesadora como una daga, aquella que se enterraba en la piel y dejaba un
hoyo sangriento, capaz de desgarrar cada parte de mi carne.
La madre de la chica
me miro con rabia, no era la primera, ni era la última. Entre sollozos esta me
dijo con voz desgarrada por sangre que le comía la garganta:
– ¡tu…! Bruja... ¡Tú
te llevaste a mi hija!
– Val, vete ahora – La
hermana mayor de la joven muerta dijo con incluso mas rabia y serenidad que su
madre. Los ojos de la chica estaban llenos de lágrimas. No me moví – ¿que no
entiendes, bruja? vete ahora – la chica me tomo por el brazo causándome dolor
con un apretón y jalones muy fuertes.
La gente alrededor se
arremolinaba y se mantenían alejados de mí, todos murmuraban pero yo no
escuchaba, Val no escuchaba, ella no escuchaba. Mi abuela, la que era llamada
por muchos “La loca Juliana”, la tan dulce señora que era se abría paso para
sacarme de las brutas acusaciones del resto de las personas.
– ¡suéltala ahora! – Exigió con su voz
acabada, mientras soltaba mi brazo magullado de la bruta chica que me
aprisionaba – Ella no tiene culpa de lo que pase.
– nuevamente lo hizo –
dijo una de las señoras, pero no supe quien era, yo estaba encerrada en mis
burdas repeticiones.
– ¡Yo no lo hice! –
dijo Val, su voz, mi voz estaba chillona – ella lo hiso, fue Mel.
– Echándole la culpa a
su amiga imaginaria – el retrato de fondo era perturbador, los gritos de la
familia y el alma que se marchaba por una puerta celestial, un portal que no
era visible a los ojos de la chica que una vez porto un don terrible,
sangriento. Mi don, yo era esa chicha, yo soy esa chica.
Mi abuela intento
llevarme de ahí, mientras me descomponía nuevamente y las personas alrededor
murmuraban cosas como “otra vez” “es una bruja” “se llevo a otra”. Cosas que no
tenían cabida en un lugar tan supersticioso.
– mas brujas son
ustedes, viejas atolondradas – logro por fin sacarme y calmarme de mi ardiente
agonía, de mi tonta desesperación por la muerte, de eso que me pasaba tantas
veces y que me llevaba a parar en H.S…
A la medianoche ella
volvió, con su carita morada llena de sangre y bajo la suave luz de la linterna
su ruptura de labio se veía mas fuerte, ruido y risas infantiles me despertaron
obligándome a salir de mi improvisada cama en ese sitio de paredes de colchones
en donde dormía.
Mi cama tan solo era
una colchoneta sobre un espaldar de cama con tubos de hierro que cuando trataba
de dormir se me hincaban en la espalda. La frágil sabana que me arropaba cayó
al suelo al moverme bruscamente y Mel reía como una niña con su juguete
favorito.
– ¿por que lo haces,
Mel? – le pregunte en un vago intento por hacer que me respondiera, como si estuviera hablando con una persona
normal o con una en sueños – sabes muy bien que ese no es tu trabajo… descansa
en paz y déjame descansar.
– es divertido…
deberías ver tu cara – dijo Mel entre risas.
Tan solo era una niña
cuando murió, no más de siete años, tenia una batita de hospital, como si
hubiera estado hospitalizada cuando murió, su rubio cabello cortado recto hasta
su barbilla brillaba rojo de la sangre y sus ojos oscuros no tenían pupilas.
Sus manitas pequeñas y rasguñadas estaban tapando su sonrisa, ella hubiera
podido tener cualquier color de piel y no ser distinguible cuando murió. Hacia
que me preguntara una y otra vez ¿Qué terrible muerte pudo haber tenido? ¿Para
que ahora ella quiera vengarse del mundo y burlarse de mí?
– La muerte no te lo
perdonara – le dije como si la muerte fuera un ser con el que pudiera tener una
conversación. ¿Qué es la muerte?
– no me lo perdono –
dijo ella muy seria, como si hubiera dicho un chiste sin gracia – ella me llevo
siendo tan joven. No era mi turno.
– No sabes cuando es
el turno de alguien – no se podía racionar con ella. Nada de esto era racional.
– yo lo provoco.
– ¿y coleccionas almas
por lo que te paso? –Mel no respondió – ¿Por qué no me matas?
– Eres divertida – su
sonrisa volvió – a ti no te toca y nunca te tocara.
Después de decirme eso
ella se desapareció, dejando una risa perturbadora que hacían que mis oídos
chillaran e intentara taparlos para que el escalofrió no me perturbara…
El estrepitoso crujir del metal rompiéndose fue mi alarma
para despertar a la mañana siguiente... no era metal rompiéndose, era el crujir
de la puerta escondida mientras era abierta por alguien.
– mamá... – susurre adormecida, mientras miraba la luz
entrar por esa puerta que se esconde cada vez que la cierran.
Subí a la habitación de Vivian, en donde tome las cosas mas
importantes para mi, las cosas que me acompañarían en esa odisea vivida en el hospital
H.S; una caja de música, unas pijamas desgastadas, zapatos Converse de color
rojo, la chaqueta cazadora de cuero negro de mi padre, la fotografía de mi
familia que saque del ático, mi carpeta de dibujos que he hecho en toda mi vida
o de los dibujos que me quedan, y mis colores.
Amaba dibujar, aun amo dibujar. Siento que puedo sacar todo
el dolor y las preocupaciones de mi ser y plasmarlos en un lienzo u hoja en
blanco; crear arte.
Abrí la cajita de música y cante la canción de mi madre...
Bajo la cálida luz del
sol
Nace en ese ambiente
un pequeño amor
Tan lleno de vida y de
calor
Un amor sincero y sin
condición.
Aunque la tristeza
nuble la luz
Fe y esperanza me
traes tú.
Si el sol no sale, hay
estarás.
Y mi esperanza no
morirá…
...Mientras terminaba de empacar en un pequeño bolso las
pocas cosas que me llevaría, después de todo, no creía que me dejarían tener
suficientes cosas en un instituto de sanidad mental. Ese día yo no note que
detrás de la puerta entreabierta había alguien que me observaba.
Ese alguien al escuchar la canción se le llenaban los ojos
de lagrimas, porque quizás, solo quizás con esa canción, Vivian podría volver,
yo podría volver.
La canción traía esperanza...
Recuerdo que era un día soleado, el cielo estaba
completamente azul sin una nube que le robe color, la niña no había aparecido,
esa alma en pena no estaba. Por fin me iría de ese pueblo donde me trataban tan
mal y me humillaban... un pueblo irrelevante que no tenía derecho a merecer un
nombre.
Un auto estaba delante de la casa, no se si era una
ambulancia, una furgoneta, camioneta, u otro tipo de auto, solo recuerdo que
era blanco, con las letras H.S grabadas en blanco y verde en la puerta, sobre
aquello que parecía un escudo un poco raro.
Una vez subiera a ese auto, yo sabia que no volvería a este
lugar.
Mire a las personas con las que había vivido por casi toda
mi vida... Erika, mi tía, la persona que mas me odia y que por fin se desacera
de mi; Anahí, mi prima, quien me observaba desde la ventana de la segunda
planta de la casa, sacándome la lengua; Jorge, el segundo esposo de Erika, ese
hombre que una vez intento abusar de mi. Solo faltaba la loca Juliana.
Vida... lo que había pasado, no podría ser llamado
“verdadera vida”. Había vivido con mi tía, con un trato que no era muy bueno,
me encerraban por ocasiones en esa habitación de paredes acolchonadas, un lugar
que yo odiaba.
La única persona que me quería y sabía que iba a extrañar
seria a mi abuela, aquella mujer influyente de sabiduría y experiencia, una
verdadera luchadora que había aprendido a salir adelante aun con todas las
dificultades de la vida.
Pero había un único problema: estaba loca.
Un sabio dijo una vez, “todos estamos un poco locos” y es
verdad.
¿Donde estas, Juliana?
Trague saliva pesadamente, Erika se encontraba hablando con
uno de las tres personas que me llevaría... yo por mi lado mire al auto, habían
una mujer robusta de pelo rojo y piel blanca y a su lado el conductor que era
un hombre moreno con bigote, ambos tenia los ojos tan negros que no eran visibles
sus pupilas... no, no podían tener los ojos negros, porque ese color de ojos no
existe.
Estaban vestidos de una manera un poco formal, que era una
especie de uniforme.
No me había dado cuenta de que me había quedado estática, de
pie frente a ese auto extraño, fue cuando él me hablo, el hombre que tenia la
piel tan pálida y sus ojos tan negros como los otros dos, cuando dejo de ver a
Erika para verme a mi.
– ¿Tu debes ser la niña? – me pregunto, sus ojos oscuros
taladraron en los míos para tratar de intimidarme. Yo solo asentí, y baje la
mirada, no quería tener que verle a los ojos, entonces me di cuenta de que mi
bolso se encontraba en el suelo, y que él lo estaba revisando – No puedes
llevar esto – dijo tajante mientras sacaba mi estuche de colores.
– Por favor – mi voz fue ronca. Quería replicar, quería
suplicarle que me dejara llevar los colores porque eran mi única vida después
de todo ese delirio, quería gritarle por meterse con algo tan sagrado para mi
como lo eran mis colores, pero lo único que dije fue – ¡Por favor!
No importo, de todos modos mis colores se quedaron, pero me
dejaron llevar esas hojas ya rayadas con líneas de lápices difusos y tétricos.
– ¡Vaaall! – un grito surgió de la nada justo en el segundo
en que iba a entrar en ese auto. Fue mi abuela, lo sabía, reconocí su timbre y
una sonrisa se poso sobre mis labios agrietados, mi abuela Juliana Castillo
Lago.
– Casi no llego… pero tenía que despedirme de mi nieta.
– no es tu nieta – mascullo Erika, yo en verdad no sabia
porque decía eso, quizás si, pero estaba tan confundida que no recordaba mi
propio nombre.
Juliana me abrazo y yo recibí el abrazo, despidiéndome así
de mi querida abuela.
– adiós, abuela. Te extrañare – mi voz sonó rota, ahogada y
sabia que el llanto se me avecinaba, nadie me creía, eso era todo, era el fin.
– no me digas adiós, algún día volverás, mi nieta preferida
tan parecida a Elizabeth.
Elizabeth Lago, era la persona que yo recordaba como mi
madre, la extrañaba, pero casi no recordaría su rostro, si no fuera por la foto
que saque del ático. Mi abuela era morena, como casi toda la gente de la costa,
su cabeza estaba en ese entonces bastante canosa y sus ojos avellana claro eran
muy parecidos a los míos.
Al subir al auto, note que mi prima me estaba mirando desde
la ventana de la habitación en el segundo piso, ella era una niña presumida y
pedante, siempre bien vestida a diferencia de mi, sus uñas largas y pintadas
siempre con rosa fosforescente, y su cabello castaño hecho rizos. Me saco la
lengua e hizo una ele con sus dedos,
el mayor caso que le hice, fue saludar con una sonrisa ladina en mi rostro y
entonces ella desapareció.
Erika me miro con esa cara incomprensible que siempre pone,
y casi pude jurar que lagrimas amargas abandonaron sus escleróticas, pero Erika
nunca lloraría por mi.
La gente morena y curiosa de la costa veían desde sus casas,
esperando a que se fuera conmigo la maldición que rondaba en mis ojos y en mis lágrimas
de sangre.
La maldición de la niña que ve muertos.
Subí a la parte de atrás e intente abrochar el cinturón,
resultado fallido, y el señor con aspecto de enfermo por su aparente palidez
que estaba subiendo mi bolso y que también se monto en la parte de atrás me
ayudo a abrocharlo.
Luego de que el auto arranco, con los ojos cristalizados
mire hacia atrás, para despedirme con lágrimas de la única persona que me había
querido y que sigue con vida, la loca Juliana, mi abuela.
Y al lado de mi abuela, la niña que me había metido en ese
lío y que me había atormentado toda me vida. La carita morada y roja de la niña
fantasma tenía extendida una sonrisa que yo no comprendía. Tan solo en la noche
había estado triste, suplicándome con su voz falsa que no me fuera, pero ahora
sonreía.
Sus ojos oscuros penetraron en los míos como navajas,
provocando que el dolor volviera, el color cambiara y la lágrima que quería
derramar se tornara de un color rojo, para deslizarse hasta caer en mis
zapatos. Escuche sus risas infantiles, aterradoras, que provocaban escalofríos,
tan fuertemente en mi cabeza, haciendo eco y adueñándose de mis pensamientos.
:3 Bueno, eso es todo, espero que les haya gustado y se animéis a seguirme n.n hasta la próxima...
Tarah Zen G.

