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*¡¡¡BIENVENIDOS!!!*

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Hola a todos, sean bienvenidos a este nuevo blog que he decidido crear, con la esperanza de que mis escritos sean divulgados y conocidos mundialmente.


Tarah Zen G.

lunes, 29 de diciembre de 2014

V.A.L: Hospital Mental. Hola, soy Tarah.


Hola, mi nombre es Tarah Zeng, también conocida como Tarahbi por mi mejor amiga Leoa, he decidido escribir mi primera novela original, aunque tengo tres años desde que ingrese al maravilloso mundo de la literatura y los cuentos de hadas. Me gusta el anime, los libros de ficción y fantasía, con muchas aventuras y romance *w* me encantan, también me gusta el manga y japón xD por algo mi nombre parece japones, tambien soy amante de los videojuegos en especial del erizo favorito de todos *w* Sonic The Hedgehog, soy escritora en este Fandom en la pagina de Fanfiction.net, con igual nombre "Tarah Zen G" y también me encuentro en DA o nombre completo "Deviantart" aunque no soy muy buena creando arte digital, prefiero quedarme con la escritura :3


 Es una imagen que hice.

Bueno, les dejo el primer capitulo completo de una novela que escribí cuando tenia 16 años de edad *w* esta actualmente terminada, solo le falta unas correcciones y cambio de escenas, cosas para mejorar la historia.

Introducción: Valentina va a ser recluida en un instituto de sanidad mentar, pero ella sabe que no esta loca, las cosas que ve son reales... ¿cierto?

V.A.L: HOSPITAL MENTAL.

Capitulo uno.
La niña que ve muertos.

Me envolvía la muerte a cada paso que daba… fantasmas siniestros por la noche me visitaban… sombras pedidas de cuerpos putrefactos me atormentaban… y yo… yo tenia miedo, tenia miedo porque no comprendía las cosas que me pasaban ¿Qué era esto? ¿Las demás personas pueden ver lo que yo veo? no, no lo hacen, por eso me enviaron ahí, por eso fui a ese lugar.

Ya era medianoche, ese era el día… adiós antigua vida.

A veces me pregunte ¿Cuánto cambiaría mi vida después de irme de este lugar? ¿Seguirá siendo igual o cambiaría para bien lo suficiente como para tener la vaga esperanza de salir completamente curada? No lo sabia, pero esperaba averiguarlo.

Medianoche… medianoche…

Yo sola sabía lo que me ocurría a medianoche…

Ella estaba de vuelta, la pequeña que me ha estado atormentando toda la vida, su cara estaba triste, como si de verdad sintiera, como si de verdad estuviera viva.

– No te vallas – me suplico, su voz estaba rota, tocada, dolida, podía sentir sus emociones emanando de esa simple petición como si fuera una presa a punto de romperse ¿quien era ella? ¿Por que estaba aquí? Eran preguntas que no se dignaba a contestar, la mayoría de las veces venia solo para divertirse con mi sufrimiento, para divertirse con mi dolor, pero ese día sus palabras parecían… sinceras – si te vas, será como si yo no existiera, contigo me siento… real.

Yo no podía dormir; la mayoría de las noches no podía dormir y ese día no fue la excepción, me encontraba esperando a que ella viniera, porque siempre lo hacia, y yo tenia que estar preparada.

– Ahora resulta que si tienes sentimientos – dije con la frialdad característica en mi voz, tenia que aprender a tratarla de esa manera, por todo el odio creciente hacia esa carita acorazonada de bebé que poseía, pero que su apariencia no me engañara, era un lobo disfrazado con piel de cordero – Eres mala. No te creo nada.

– por favor créeme. Me siento hueca. Perdida.

Su voz muy bien pudo haber hecho eco en el abundante silencio de la habitación. La pequeña miro al suelo, triste. Tenia la voz mas aguda que yo hubiera escuchado en toda mi vida, una voz chillona que seria capaz de romper los cristales de las ventanas, si solo esta habitación tuviera ventanas.

La mire, su carita hinchada y transparente era aterradora. Me ardían los ojos, me dolían los ojos y una lágrima se deslizo por mi mejilla. ¡Oh, no! ¡Otra vez no! Limpie la lágrima de mi mejilla, para simplemente regarla y hacer que el color escarlata se pegara a mi piel.

Lagrimas... lagrimas de sangre cada vez que la veía.

El bombillo de la habitación apenas brillaba y la suave luz llenaba el pequeño espacio vació. A veces, esa luz parpadeaba dejando ver mas sombras de las que deberían.

– me has atormentado toda mi vida. No puedo creerte. Vete de aquí.

La triste alma en pena de la pequeña se desvaneció. Y yo que siempre sentí pena por ella me quede con una gran tristeza que embargaba mi alma, por no haberle creído, pero  siempre intente ayudarla y la pequeña siempre me hacia sentir mal. Esa pequeña tenia el rostro de una niña de seis o siete años, jamás cambiante, pero su alma vieja era malvada.

Yo no podía dormir ese día; mucho mas en esa incomoda cama de tubos con una colchoneta infligiendo el papel de una cama, una habitación con nada mas que una cama y paredes de colchones esponjosos. Me dedique a llorar toda la noche, sin importarme si eran lagrimas normales, o lagrimas rubí.

Ojala Vivian estuviera de vuelta... así yo no seria quien soy ahora, no seria esta chica encerada en una habitación diseñada para no hacer ni hacerme daño, no estaría a solo horas de marcharme de mi casa para ir a vivir a una institución de sanidad mental; no seria Val.

Ella por los siguientes días y meses estuvo más perturbada que lo usual, el incendio en la licorería lo había visto, los cuerpos quemándose de personas que vivían con el alcohol en la sangre. La muerte de las personas en el bus que solamente atravesaban de paso por el pequeño pueblo. La muerte de las mellizas. Que la chica se ahorcara. Había suficientes muertes en su conciencia y una mas no seria la excepción.
– ¿viste las sombras cierto? – preguntaba la tierna voz de un alma muerta, su carita tan joven estaba morada y sangrienta; y nunca podría sanar.
Las sombras la envolvían, las almas la seguían y una nueva alma pasaría al otro lado. Ella en el suelo tan solo lloraba sin poder desenvolver los nudos de su garganta, un escalofrió paso por toda su columna. Sus ojos rojos se manchaban de sangre, los iris de sus ojos de color avellana claro no miraban a ningún sitio y las manchas negras de sus iris se movían de un lado a otro cuando este se volvió color carmín.
– ¡por favor, Val, anúnciale! – Me pidió el alma de la niña, porque esa chica, esa niña que ve muertos, soy yo  – ella tiene que saber que se va con nosotros.
– ¿Cómo se va?... ¿Cómo se ira? – era lo único que decía, como un aterrador salmodia.
– Sucederá ahora – dijo el alma en pena. Apenas ella dijo eso, un grito escalofriante salió de la casa y los llantos de la familia sonaban en las calles corriendo para pedir ayuda, pero ya no podían hacer nada, la madre de la muerta lloraba en el suelo y daba enormes arcadas.
El alma de la hija estaba afuera, viendo a su madre, mientras las personas adentro lloraban su cuerpo, su cara sin vida estaba vacía, sin poder sentir nada, Mel se fue _el nombre de la niña, alma muerta, era Mel_ para llevarse consigo a su nuevo juguete espiritual.
Me apreté con las manos los ojos hasta el punto de ver todo rojo, la piel amarillenta de mis mejillas estaba empapada, yo no quería seguir viendo eso. Cuando mire fijamente a la madre de la chica que acababa de morir encontré en mi camino su mirada, tan atravesadora como una daga, aquella que se enterraba en la piel y dejaba un hoyo sangriento, capaz de desgarrar cada parte de mi carne.
La madre de la chica me miro con rabia, no era la primera, ni era la última. Entre sollozos esta me dijo con voz desgarrada por sangre que le comía la garganta:
– ¡tu…! Bruja... ¡Tú te llevaste a mi hija!
– Val, vete ahora – La hermana mayor de la joven muerta dijo con incluso mas rabia y serenidad que su madre. Los ojos de la chica estaban llenos de lágrimas. No me moví – ¿que no entiendes, bruja? vete ahora – la chica me tomo por el brazo causándome dolor con un apretón y jalones muy fuertes.
La gente alrededor se arremolinaba y se mantenían alejados de mí, todos murmuraban pero yo no escuchaba, Val no escuchaba, ella no escuchaba. Mi abuela, la que era llamada por muchos “La loca Juliana”, la tan dulce señora que era se abría paso para sacarme de las brutas acusaciones del resto de las personas.
 – ¡suéltala ahora! – Exigió con su voz acabada, mientras soltaba mi brazo magullado de la bruta chica que me aprisionaba – Ella no tiene culpa de lo que pase.
– nuevamente lo hizo – dijo una de las señoras, pero no supe quien era, yo estaba encerrada en mis burdas repeticiones.
– ¡Yo no lo hice! – dijo Val, su voz, mi voz estaba chillona – ella lo hiso, fue Mel.
– Echándole la culpa a su amiga imaginaria – el retrato de fondo era perturbador, los gritos de la familia y el alma que se marchaba por una puerta celestial, un portal que no era visible a los ojos de la chica que una vez porto un don terrible, sangriento. Mi don, yo era esa chicha, yo soy esa chica.
Mi abuela intento llevarme de ahí, mientras me descomponía nuevamente y las personas alrededor murmuraban cosas como “otra vez” “es una bruja” “se llevo a otra”. Cosas que no tenían cabida en un lugar tan supersticioso.
– mas brujas son ustedes, viejas atolondradas – logro por fin sacarme y calmarme de mi ardiente agonía, de mi tonta desesperación por la muerte, de eso que me pasaba tantas veces y que me llevaba a parar en H.S…
A la medianoche ella volvió, con su carita morada llena de sangre y bajo la suave luz de la linterna su ruptura de labio se veía mas fuerte, ruido y risas infantiles me despertaron obligándome a salir de mi improvisada cama en ese sitio de paredes de colchones en donde dormía.
Mi cama tan solo era una colchoneta sobre un espaldar de cama con tubos de hierro que cuando trataba de dormir se me hincaban en la espalda. La frágil sabana que me arropaba cayó al suelo al moverme bruscamente y Mel reía como una niña con su juguete favorito.
– ¿por que lo haces, Mel? – le pregunte en un vago intento por hacer que me respondiera,  como si estuviera hablando con una persona normal o con una en sueños – sabes muy bien que ese no es tu trabajo… descansa en paz y déjame descansar.
– es divertido… deberías ver tu cara – dijo Mel entre risas.
Tan solo era una niña cuando murió, no más de siete años, tenia una batita de hospital, como si hubiera estado hospitalizada cuando murió, su rubio cabello cortado recto hasta su barbilla brillaba rojo de la sangre y sus ojos oscuros no tenían pupilas. Sus manitas pequeñas y rasguñadas estaban tapando su sonrisa, ella hubiera podido tener cualquier color de piel y no ser distinguible cuando murió. Hacia que me preguntara una y otra vez ¿Qué terrible muerte pudo haber tenido? ¿Para que ahora ella quiera vengarse del mundo y burlarse de mí?
– La muerte no te lo perdonara – le dije como si la muerte fuera un ser con el que pudiera tener una conversación. ¿Qué es la muerte?
– no me lo perdono – dijo ella muy seria, como si hubiera dicho un chiste sin gracia – ella me llevo siendo tan joven. No era mi turno.
– No sabes cuando es el turno de alguien – no se podía racionar con ella. Nada de esto era racional.
– yo lo provoco.
– ¿y coleccionas almas por lo que te paso? –Mel no respondió – ¿Por qué no me matas?
– Eres divertida – su sonrisa volvió – a ti no te toca y nunca te tocara.
Después de decirme eso ella se desapareció, dejando una risa perturbadora que hacían que mis oídos chillaran e intentara taparlos para que el escalofrió no me perturbara…

El estrepitoso crujir del metal rompiéndose fue mi alarma para despertar a la mañana siguiente... no era metal rompiéndose, era el crujir de la puerta escondida mientras era abierta por alguien.

– mamá... – susurre adormecida, mientras miraba la luz entrar por esa puerta que se esconde cada vez que la cierran.

Subí a la habitación de Vivian, en donde tome las cosas mas importantes para mi, las cosas que me acompañarían en esa odisea vivida en el hospital H.S; una caja de música, unas pijamas desgastadas, zapatos Converse de color rojo, la chaqueta cazadora de cuero negro de mi padre, la fotografía de mi familia que saque del ático, mi carpeta de dibujos que he hecho en toda mi vida o de los dibujos que me quedan, y mis colores.

Amaba dibujar, aun amo dibujar. Siento que puedo sacar todo el dolor y las preocupaciones de mi ser y plasmarlos en un lienzo u hoja en blanco; crear arte.

Abrí la cajita de música y cante la canción de mi madre...

Bajo la cálida luz del sol
Nace en ese ambiente un pequeño amor
Tan lleno de vida y de calor
Un amor sincero y sin condición.
Aunque la tristeza nuble la luz
Fe y esperanza me traes tú.
Si el sol no sale, hay estarás.
Y mi esperanza no morirá…

...Mientras terminaba de empacar en un pequeño bolso las pocas cosas que me llevaría, después de todo, no creía que me dejarían tener suficientes cosas en un instituto de sanidad mental. Ese día yo no note que detrás de la puerta entreabierta había alguien que me observaba.

Ese alguien al escuchar la canción se le llenaban los ojos de lagrimas, porque quizás, solo quizás con esa canción, Vivian podría volver, yo podría volver.

La canción traía esperanza...

Recuerdo que era un día soleado, el cielo estaba completamente azul sin una nube que le robe color, la niña no había aparecido, esa alma en pena no estaba. Por fin me iría de ese pueblo donde me trataban tan mal y me humillaban... un pueblo irrelevante que no tenía derecho a merecer un nombre.

Un auto estaba delante de la casa, no se si era una ambulancia, una furgoneta, camioneta, u otro tipo de auto, solo recuerdo que era blanco, con las letras H.S grabadas en blanco y verde en la puerta, sobre aquello que parecía un escudo un poco raro.

Una vez subiera a ese auto, yo sabia que no volvería a este lugar.

Mire a las personas con las que había vivido por casi toda mi vida... Erika, mi tía, la persona que mas me odia y que por fin se desacera de mi; Anahí, mi prima, quien me observaba desde la ventana de la segunda planta de la casa, sacándome la lengua; Jorge, el segundo esposo de Erika, ese hombre que una vez intento abusar de mi. Solo faltaba la loca  Juliana.

Vida... lo que había pasado, no podría ser llamado “verdadera vida”. Había vivido con mi tía, con un trato que no era muy bueno, me encerraban por ocasiones en esa habitación de paredes acolchonadas, un lugar que yo odiaba.

La única persona que me quería y sabía que iba a extrañar seria a mi abuela, aquella mujer influyente de sabiduría y experiencia, una verdadera luchadora que había aprendido a salir adelante aun con todas las dificultades de la vida.

Pero había un único problema: estaba loca.

Un sabio dijo una vez, “todos estamos un poco locos” y es verdad.

¿Donde estas, Juliana?

Trague saliva pesadamente, Erika se encontraba hablando con uno de las tres personas que me llevaría... yo por mi lado mire al auto, habían una mujer robusta de pelo rojo y piel blanca y a su lado el conductor que era un hombre moreno con bigote, ambos tenia los ojos tan negros que no eran visibles sus pupilas... no, no podían tener los ojos negros, porque ese color de ojos no existe.

Estaban vestidos de una manera un poco formal, que era una especie de uniforme.

No me había dado cuenta de que me había quedado estática, de pie frente a ese auto extraño, fue cuando él me hablo, el hombre que tenia la piel tan pálida y sus ojos tan negros como los otros dos, cuando dejo de ver a Erika para verme a mi.

– ¿Tu debes ser la niña? – me pregunto, sus ojos oscuros taladraron en los míos para tratar de intimidarme. Yo solo asentí, y baje la mirada, no quería tener que verle a los ojos, entonces me di cuenta de que mi bolso se encontraba en el suelo, y que él lo estaba revisando – No puedes llevar esto – dijo tajante mientras sacaba mi estuche de colores.

– Por favor – mi voz fue ronca. Quería replicar, quería suplicarle que me dejara llevar los colores porque eran mi única vida después de todo ese delirio, quería gritarle por meterse con algo tan sagrado para mi como lo eran mis colores, pero lo único que dije fue – ¡Por favor!

No importo, de todos modos mis colores se quedaron, pero me dejaron llevar esas hojas ya rayadas con líneas de lápices difusos y tétricos.

– ¡Vaaall! – un grito surgió de la nada justo en el segundo en que iba a entrar en ese auto. Fue mi abuela, lo sabía, reconocí su timbre y una sonrisa se poso sobre mis labios agrietados, mi abuela Juliana Castillo Lago.

 – Casi no llego… pero tenía que despedirme de mi nieta.

– no es tu nieta – mascullo Erika, yo en verdad no sabia porque decía eso, quizás si, pero estaba tan confundida que no recordaba mi propio nombre.

Juliana me abrazo y yo recibí el abrazo, despidiéndome así de mi querida abuela.

– adiós, abuela. Te extrañare – mi voz sonó rota, ahogada y sabia que el llanto se me avecinaba, nadie me creía, eso era todo, era el fin.

– no me digas adiós, algún día volverás, mi nieta preferida tan parecida a Elizabeth.

Elizabeth Lago, era la persona que yo recordaba como mi madre, la extrañaba, pero casi no recordaría su rostro, si no fuera por la foto que saque del ático. Mi abuela era morena, como casi toda la gente de la costa, su cabeza estaba en ese entonces bastante canosa y sus ojos avellana claro eran muy parecidos a los míos.

Al subir al auto, note que mi prima me estaba mirando desde la ventana de la habitación en el segundo piso, ella era una niña presumida y pedante, siempre bien vestida a diferencia de mi, sus uñas largas y pintadas siempre con rosa fosforescente, y su cabello castaño hecho rizos. Me saco la lengua e hizo una ele con sus dedos, el mayor caso que le hice, fue saludar con una sonrisa ladina en mi rostro y entonces ella desapareció.

Erika me miro con esa cara incomprensible que siempre pone, y casi pude jurar que lagrimas amargas abandonaron sus escleróticas, pero Erika nunca lloraría por mi.

La gente morena y curiosa de la costa veían desde sus casas, esperando a que se fuera conmigo la maldición que rondaba en mis ojos y en mis lágrimas de sangre.

La maldición de la niña que ve muertos.

Subí a la parte de atrás e intente abrochar el cinturón, resultado fallido, y el señor con aspecto de enfermo por su aparente palidez que estaba subiendo mi bolso y que también se monto en la parte de atrás me ayudo a abrocharlo.

Luego de que el auto arranco, con los ojos cristalizados mire hacia atrás, para despedirme con lágrimas de la única persona que me había querido y que sigue con vida, la loca Juliana, mi abuela.

Y al lado de mi abuela, la niña que me había metido en ese lío y que me había atormentado toda me vida. La carita morada y roja de la niña fantasma tenía extendida una sonrisa que yo no comprendía. Tan solo en la noche había estado triste, suplicándome con su voz falsa que no me fuera, pero ahora sonreía.

Sus ojos oscuros penetraron en los míos como navajas, provocando que el dolor volviera, el color cambiara y la lágrima que quería derramar se tornara de un color rojo, para deslizarse hasta caer en mis zapatos. Escuche sus risas infantiles, aterradoras, que provocaban escalofríos, tan fuertemente en mi cabeza, haciendo eco y adueñándose de mis pensamientos.

:3 Bueno, eso es todo, espero que les haya gustado y se animéis a seguirme n.n hasta la próxima...

Tarah Zen G.

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