Esas fueron las últimas palabras que Lady Gardin me dijo antes de convertirse en una nube de mariposas negras que partieron en todas direcciones, iluminadas por los vivos resplandores de colores que lograban colarse entre las frondosas ramas de los árboles de aquel bosque. ¿Cómo las seguiría entonces? De ser posible seguirá cada una de ellas, pero me tomaría años siguiera encontrar a una como para dedicarme a buscar a otras, en efecto, quisiera volver a encontrar a mi señora, pero las posibilidades son nulas, hasta ahora solo he podido seguir a una mariposa.
Aún recuerdo su rostro antes de perderse para siempre de este mundo, lleno de una solemne dicha que nunca antes había visto, con una sonrisa que me anunciaba que ella quería mucho más que ser lo que es, y que sea lo que sea que iba a suceder en ese momento, era algo que la hacía sentir eufórica. Está mariposa en especial, me recuerda esa sonrisa y al color de sus ojos tan intensos cada vez que me miraba.
Fue por eso que la seguí.
Por muchos más años de los que podría llegar a contar con las plumas de mis alas seguí a la mariposa, temiendo que algún día detendría su aletear y caería al suelo dejando al fin de volar, para morir como una mariposa normal, pero ella no lo hizo. La seguí por siempre, y de ser posible la seguiría por la eternidad.
Es eso justo lo que estoy haciendo ahora. La mariposa mueve lentamente sus alas, posada sobre una flor sorbiendo su néctar, creo que está cansada de tanto volar y de no encontrar su lugar. Estoy tan cerca de ella, que debería asustarse y huir despavorida pensando que podría llegar a comerla, inclusive creo que su reflejo esta sobre mi ojo, pero ella no es así, está acostumbrada ya a mi presencia, ¿o será que Lady Gardin le ordeno que me permitiera estar cerca de ella? Sea cual sea la razón, la mariposa ha estado durante demasiado tiempo allí, en reposo, en espera de algo que yo desconozco.
Entonces y solo entonces, cuando comienza a batir sus alitas y alzar vuelo, sé que el momento de su espera ha llegado a su fin. De ser evidente la sigo, Lady Gardin me lo dijo.
“Sigue a las mariposas y me encontraras”
Su voz resuena en mi cabeza, casi como si lo estuviera susurrando en mi oído. ¿Sera que soy un cuervo enloquecido?
Mi corazón no para de latir, el graznido se escapa de mi pico con un sonido parecido a un jadeo de cansancio, pero jamás dejaría de buscarla, ella me prometió que si seguía a las mariposas la encontraría y eso he hecho. He seguido a las mariposas.
Sus alitas oscilan, volar tan lento me agota, pero no puedo perderla de vista.
El ocaso está por llegar, el cielo ya comienza a ponerse gris cubierto a su vez por una gran cantidad de nubes de tormenta. Será una noche siniestra.
Aparece ante mi vista una vieja cabaña, una casucha alejada del pueblo y cerca del bosque. Si alguien llegara a preguntarme en qué lugar del mundo estoy, no sabría contestarle, ya que jamás me he molestado en aprenderme los nombres de aquellos lugares a los cuales he ido, ni mucho menos las fechas y los años que llevan los estúpidos humanos. Mi pensamiento blasfemo se ve interrumpido en cuanto la mariposa se acerca a aquella casucha, ha hecho eso varias veces, para refugiarse de noches como esta, así que busco su posición y trato de encontrar un buen lugar en el cual acomodarme.
Un grito aterrador que proviene del interior de la casa hace que me sobresalte y me levante del sitio en el cual ya me había acomodado. La mariposa no está a mi vista, lo último que vi fue como se colaba por la ventana y reposaba con sus alas plegadas sobre el cristal del interior, del cual salía un confortable calor de la luz anaranjada de las velas.
¿Dónde estará mi mariposa?
Volé alrededor de la casucha. Los gritos volvían a escucharse, una y otra vez, una y otra vez, seguida de la voz irritada de otra mujer.
– María no estaría pasando por esto de haberme hecho caso – mascullo, me acerque al cristal, y a pesar de mi pico trate de pegar lo más que pude mi cara para echar ojo dentro. Era una única habitación, una mesa de un lado, un fuego confortable ardía en la chimenea, y del otro extremo, una mujer regordeta cubierta en telas grises hablaba con una joven que se movía de un lado a otro de la cama en la cual yacía acostada una tercera mujer – porque el hijo del carnicero, ¡sí! Ese joven ¿Cómo se llamaba? ¿Joaquin? ¡Qué demonios importa! El joven ese con el cual se había estado revolcando no se haría responsable de semejante criatura. ¡Clarisa, más agua por favor!
– Sí, madre – contestaba la joven.
La otra, de cabellos rubios como el sol y piel tan roja como una rosa gemía y jadea, no habría los ojos de tanto dolor, se sostenía fuertemente a las sabanas de la mugrienta cama. El vientre tan hinchado que pensé que podría llegar a reventar, pero lo que más me importaba, mi mariposa, no se encontraba por ningún lado, así que seguí observando, como un invitado no deseado.
– Puja, María, puja – grito la vieja gorda, de vez en cuando metía las manos entre las sabanas de la joven muchacha, hasta que en un momento las introdujo y no volvió a sacarla más – puja, que seguro que cuando el hijo del carnicero te lo estaba metiendo hasta el fondo ahí no gritabas que te dolía. ¡Clarisa, trae más toallas!
– Enseguida madre – la más joven respondía y diligentemente como una afanosa hormiga cumplía con la petición de su madre.
– ¡Que niña más irresponsable! – Continuaba voceando la vieja, fue cuando note el parecido que tenía con la joven de la cama – ¿hasta cuándo pensabas ocultar tu embarazado? Será tu culpa si el recién nacido nace enfermo. ¿Qué demonios le diremos a tu padre cuando regrese de Barcelona? ¿Qué no encontramos un bebe en la puerta y generosamente nos dedicamos a criarlo? ¡Como si no tuviéramos ya tres bocas que alimentar!
Y, por todas las cosas que su madre le estaba diciendo, la joven dando a luz odio a su bebé, lo había odiado desde el mismísimo momento en que supo que estaba esperando un hijo.
Mientras que la apestosa boca de la anciana se abría, la joven se movía de un lado a otro cumpliendo con sus ordenas, la de cama aumentaba sus jadeos y gritos de dolor, por una, Dios las condeno a todas a tener sus hijos con dolor. El ritmo de su corazón aumentaba, lo escuche con mi oído de cuervo, casi la pude escuchar respirar en el momento en que salió del vientre de su madre, justo en el mismo momento en que su corazón se detuvo.
– ¡Otra niña! – grito la vieja enojada con su gruesa voz de hombre, sostuvo a la bebe en sus manos inspeccionándola y manteniéndola alejada como si se tratara de la cosa más horrible y repugnante. Frunció el ceño con desagrado, pero se relajó de sorpresa al ver que la niña había nacido con los ojos abiertos. La sorpresa no duro mucho, al volver con sus odiosas palabras – ¡otra niña que será una furcia como su madre! Es igualita al hijo del carnicero.
La niña tenía los cabellos entre castaños y cobrizos, la piel tan roja como la de una cría de ratón recién nacida y los ojos tan azules que parecía que estaban viento a la inmensidad del cielo en un hermoso día, pero de una manera inquietante, sus ojos llenos de sabiduría hacían temer de ellos. Inclusive, parecían no tener luz. La vieja se quedó sin palabras en cuanto la niña la miro fijamente a los ojos, no lloro, ni grito, solo se dedicó a observar su alrededor y a la horrible mujer que la sostenía.
– Madre – llamo la joven que respondía al nombre de Clarisa. Yo también la mire, estaba al lado de la cama, echada encima tocando la cara llena de sudor de su hermana mayor.
– ¡María de los Ángeles te ordeno que te levantes de esa cama enseguida! – grito sin sutilidad, pero la muchacha agotada no respondió, ni se movió. Su cara quedo en una mueca de dolor y agonía con la piel de los parpados duramente tensada.
– María – susurro su hermana – no está respirando, madre.
En vista que la hermosa joven sobre la cama no estaba respirando, me aleje de la ventana, era un asunto que no me concernía, entonces me dedique a buscar a mi mariposa, pero por más que busque y busque no logre encontrarla. Cosas comenzaron a caer en el interior de la casa, zapatearon en su corretear en ella, me eche sobre el alfeizar mirando como comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia de la tormenta que se avecinaba ¿Dónde estará mi mariposa?
– Clarisa, toma – escuche la estruendosa voz de la vieja tan gruesa que era capaz de atravesar paredes y cristales, pero no me voltee a mirarla – Llévatela al bosque, abandona en medio de un claro, los lobos harán el trabajo.
Fue cuando volví a mirar, la niña sostenía entre sus brazos una pelota envuelta en telas que movía sus brazos tratando de liberarse de aquel encierro, pero sin llegar a emitir todavía ningún sonido.
– ¿qué le diremos a papa? – pregunto la joven con voz temblorosa, solo por esta vez note como las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
– Nadie en el pueblo sabe que María estaba embarazada – fue su respuesta – todos piensan que lleva días enferma, total eso fue lo que ella nos hizo pensar también a nosotras. Diremos que esta noche de abril murió de pulmonía.
Era una lástima, la bebe que apenas acababa de nacer no sabía cuál sería su cruel destino, pero yo estaba ya demasiado ocupado para molestarme por los problemas de otro, así que me dedique a limpiarme las plumas con mi pico mientras la joven Clarisa salía de la casa cubriéndose con una capa, fue entonces cuando su débil quejido capto mi atención, pude ver entre las telas sus ojos sin brillo… había encontrado en el azul de aquellos irises a mi mariposa.
Batí mis alas lo más rápido que pude, para seguir de cerca los pasos de la doncella, que se perdía como una sombra entre las sombras de los árboles, su capa ondeando abiertas como las alas de una lechuza, a las que a veces le arrancaban plumas al ser halada por las manos esqueléticas de los árboles que emergían del infierno para llevársela con ellas. El aullar de un lobo indicaba su camino. Bordeo un árbol, surco una roca y bajo una empinada, al llegar hasta un helado rio que corría con furia por su canal, lo bordeo hasta encontrar un árbol caído cuyo tronco hacia veces de puente, firme y resistente madera segura por la cual cruzar, entonces, en un claro por el cual caían gruesas gotas de lluvia abandono a la recién nacida en el embarrado suelo, sus ojos fijos en el cielo en donde se aglomeraban tenebrosas nubes negras, fue entonces cuando comenzó a llorar. La joven escucho sus gritos, pero siguió corriendo y cada vez que lo hacia la tormenta ahogaba el llanto de la recién nacida, sus pies se hundían más en el fangoso lodo hasta que llego al árbol caído sobre la cauce del rio. Se había vuelto más grande a medida que la lluvia caía, pero sin importar nada, Clarisa subió en el tronco y comenzó a caminar, trastabillando de veces, sus zapatos estaban muy resbalosos al igual que el tronco, pero este era firme y sus puntas no se deslizarían por barro así como así, de esa manera ella estaba segura de cruzar. Pero, como si hubiese sido cortado de un hachazo, el tronco se partió a la mitad y la joven cayó al rio, ahogándose en sus aguas.
La lluvia dejo de caer tan repentinamente que ya no quedaba ni un atisbo en el cielo de que hace solo unos segundo había estado cayendo un gran diluvio, las nubes se despejaron y dejaron a la vista la luna llena de mediados de abril, sus ojos azules estuvieron fijo durante un largo rato en la esfera celestial, me acerque, luego de presenciar el horrible final de la hermana que solo cumplía las ordenes de la madre para no ser tratara como la mayor. El bosque quedo en total silencio, los lobos huyeron despavoridos con las colas entre las patas, solo yo estuve cerca observando como lo hice por todos estos años.
– ¡Oh, santo cielo! – exclamó un hombre de mediana edad que se acercaba empapado entre los arboles – ¿pero qué rayos ha sido eso? Comenzó a llover tan repentinamente como termino. El clima se ha vuelto totalmente loco – susurro para sí.
Me aleje volando de la niña, para posarme cerca de una rama. Entonces la vio, calmada mirando fijamente la luna, movió sus ojos con inteligencia al sentirlo llegar a su lado.
– ¡Oh mi Dios! – Exclamo levantándola del suelo – pero que hace una criatura en medio del bosque con un clima como este – miro a un lado y a otro – ¿quién podrá ser tu madre? ¿Estará por aquí cerca? ¡Buenas, ahí alguien por aquí cerca! ¡Nadie! – Grito alrededor – entonces, nena, lo mejor será que te lleve esta noche a casa.
La niña rio como si se tratara de un bebé ya de meses y no de una criatura que acaba de nacer. Se acurruco en sus brazos y el viejo cazador hecho a andar con la niña en brazos, antes de alejarse, ella me miro, pude ver nuevamente a mi mariposa aletear en sus ojos.
Síguelas y me encontraras.
Batí mis alas. Gardin me lo prometió.
Tengo que seguir a las mariposas.
Att: Tarah Zeng.

