CAPITULO
UNO.
De
la princesa que no existía y de los rumores que rondaron durante años a su
extraña persona.
A principios de año, en
aquella época en que la primavera se adueñaba del mundo, los prados se llenaban
de flores y los arboles dejaban crecer en sus ramas hojas tiernas y verdes,
todos los reinos y todas las cortes que los conformaban, se reunían para
brindar su apoyo en la corte de Vallenevado (o
Valnevado, Valdenevado, Balnevado o incluso Vallhelado, según sea la
traducción, un reino localizado en el centro de Rusia), el reino helado,
aquel que era azotado y poseído por feroces inviernos año tras año. En aquel
entonces, este reino era el más conocido de todos, tomando gran parte del
terreno de Euroasia.
Hace mucho tiempo,
lejano a esta época, entre los siglos XI y XIII, quizás mucho antes… existió
una princesa conocida por su excentricidad. Nunca iba a las fiestas o reuniones
de Vallenevado con sus padres, los reyes de Corsalto (un reino que pudo haber estado alrededor de Rusia, o en Polonia,
Ucrania, e incluso hasta en Mongolia, no se sabe con exactitud su ubicación), nunca
salía de su hogar que era el palacio, parecía como si no fuera más que una
princesa inventada. Pero los pueblerinos de Corsalto recordaban a su padre, el
Rey Julio, presentando a una preciosa bebé de tez blanca y cabellos oscuros,
aparentemente sano, pero que a pesar de tener más de un mes de nacimiento, no
había abierto los ojos aun al mundo.
Cabe destacar que en
aquellas épocas, los bebes tardaban mucho en abrir los ojos, tardaban aún más
en mencionar sus primeras palabras y dar sus primeros pasos, así como las niñas
en llegar a la pubertad, a pesar de que se casaban a edad muy temprana,
concebían hijos mucho después de casarse, cuando a los dieciséis años se hacían
mujer por la visita de la flor roja. En ese caso, la princesa de Corsalto fue
la bebé más retrasada que hubo, incluso rumores que dicen que tardo nueve meses
y medio (rosando los diez) en el vientre de su madre y que se negaba a nacer.
El rey Julio decidió
esperar a que la princesita abriera los ojos, pero paso el tiempo y ya se
extendía los rumores de que su primer bebé había nacido muerto e incluso con
deformaciones que lo volvían una bestia, así como lo que se decía de los hijos
malnacidos de algunos reyes, protagonistas de otros cuentos del folklor
tradicional. Mi bebita morirá, pensó la reina. El rey mando a llamar a las
parteras y a todos sus curanderos y sabios que supieran decirle algo sobre el
estado de salud de su primogénita, todos le respondieron lo mismo, la
princesita está en perfecto estado, pero ninguno supo que responderle al hecho
de que aún no había abierto los ojos. “Quizás sea ciega” murmuraban las criadas
que alcanzaron a verla, pero ninguna se atrevió a decirlo frente a los reyes.
Una noche, mientras la
reina preocupada no podía conciliar el sueño, se acercó a la cuna dorada donde
dormía su bebe, lloraba mientras acariciaba su carita, aun con los ojos
cerrados y los parpados desprovistos de pestañas, la niña tampoco lloraba de
noche, la reina estaba preocupada, solo había tenido un bebé, con sus quince
años tras una única menstruación, era la única hija que había tenido y no
quería tener que pasar por algo similar con sus otros hijos. Entonces una luz azulada
le llamo la atención, levanto la cabeza para encontrarse con una figura rodeada
de luz y resplandores, que se asomaba como ella a la cuna, la reina la
reconoció, era el hada madrina que la había ayudado a obtener su final feliz,
que la había ayudado a casarse con Julio y ser reina.
– Tranquilizaos,
majestad– le dijo el hada – la bebé abrirá los ojos en unos meses.
Acto seguido
desapareció, llevándose consigo su deslumbrante fulgor, como si nunca hubiese
estado allí. Hay rumores que se extienden acerca de esta misteriosa visita,
dicen que las hadas no existen ni existieron y que todo fue inventado por la
mente dolida y rota de la reina, ella estaba loca.
Al día siguiente, el
rey se sorprendió del buen estado de humor de su esposa, mientras le cantaba una
canción de cuna a su bebé, pensó que el dolor la había vuelto loca, y no que ya
lo estaba, pero cuando ella le conto, omitiendo que se lo había dicho un hada,
que el bebé abriría los ojos en algún tiempo. Julio decidió creer en ella y esa
misma tarde, tomo a la bebé en brazos y la alzo ante su pueblo, para que
conociera a la nueva integrante de la familia real, la princesa Nazha. Los
pueblerinos coreaban su nombre con regocijo, la primera de la prole del
soberano, aunque también la última.
Pero eso fue hace
tantos años atrás que pensaban que algo malo le había sucedido a la princesa,
que la había hechizado una bruja o había sido raptada por una hechicera,
encerrada en una torre en el bosque o en un castillo rodeado de zarpas
espinosas o en uno rodeado de lava custodiado por un dragón, algunos comentaban
que la princesa se había escapado y había sido devorada por lobos, otros decían
que había sido un ogro, algunos murmuraban que no había muerto, sino que vivía
en una cabaña en el bosque hasta llegar a cumplir cierta edad en que puede
llegar a reclamar el trono, algunos comentan que ya está casada y que vive en
un lejano palacio con un rey, otras malas lenguas dicen que si se casó, pero
con no alguien de la nobleza o de su clase, sino con un plebeyo, pero han sido
tantos los años desde que no se ha vuelto a ver a la princesa que lo más
creíble es que está muerta y que los reyes aun no lo han aceptado.
Ni siquiera llegaron a
saber de qué color tenía los ojos, nunca se enteraron si llego a abrirlos o
porque en un principio no podía hacerlo.
Tantos fueron los
comentarios que recorrieron los reinos, que al final, el tema de la princesa de
Corsalto quedo en el olvido, ya nadie hablaba de ella, nadie le preguntaba al
rey por su estado o su salud, ningún príncipe pensó en cortejarla. Tantas
fueron las versiones que pensaron que la princesa en realidad no existía.
Esta
sería una versión contada por un juglar cuyo nombre no sería recordado,
probablemente la versión más antigua contada a través de los años, este juglar
famoso en aquel entonces, dícese que hablo frente a frente con personas que
conocieron a Nazha, que la vieron crecer. Contaba una historia llamada “La
princesa que no existía”, solo que en aquel entonces, le quito su nombre a la
princesa y solo la llamaban así, de manera tal, que el cuento llego unos años
después a los oídos de la princesa Nazha y ella nunca llego a saber que aquella
extraña historia era basada en ella misma. Este juglar vivió trescientos años
aproximadamente y siguió contando la historia de Nazha hasta mucho después de
la muerte de la reina, hasta que llego a los oídos de un niño que mucho más
tarde contaría la historia a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos,
pasándose de manera oral de generación en generación. Recopile este trozo de la
historia de uno de esos descendientes de su linaje que perdura hasta hoy en
día.
Continuara...
Tarah Zeng.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario