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Hola a todos, sean bienvenidos a este nuevo blog que he decidido crear, con la esperanza de que mis escritos sean divulgados y conocidos mundialmente.


Tarah Zen G.

sábado, 18 de junio de 2016

Hoprer y Olvher.

Capitulo 1.
El misterio de los niños Hoprer y Olvher.
Sus risas se escuchaban por todo el bosque, era una gran canción cantada por voces infantiles, aunque no importa que tanto buscaban aquellos hombres, que venían a cazar, la procedencia del sonido, jamás sabia de donde venia, lo escuchaban claro, cerca, cada vez se acercaba mas a ellos, pero cuando se volteaban no veían nada, y salían huyendo pensando que el bosque estaba embrujado… solo eran Hoprer y Olvher, los hijos de aquellos de las leyendas.
Los cazadores siempre escuchaban esas risas infantiles, se acercaban y la pequeña voz de una niña siempre decía – ¿no puedes verme? Estoy aquí – pero no veían nada, aunque la voz la hayan escuchado tan cerca de sus oídos.
– ¡basta, Hoprer! – le decía, aunque la voz del que parecía ser Olvher era de un tanto bromista, seguía riendo.
Un pequeño pueblo cerca de un rio y un campo en las afueras de la selva, estaba enterado de las millares de leyendas y testimonios de esos hombres asustados. Por dos años Hoprer y Olvher seguían asustando.
Los hombres ya casi no querían salir a cazar, pero como el pueblo donde vivían era muy pobre, no les quedaba otra opción, era el único sustento del aquel pueblo pequeño. Los pocos que lograron ver a Hoprer y a Olvher, los miraron con forma de dos niños, Hoprer una niña grande de aproximadamente diez años y Olvher un niño pequeño de cinco, vestidos con harapos y descalzos, las personas que los vieron aseguraron que ambos niños desaparecían tras los arboles, como por arte de magia.
La gente de ese pueblo sabia que podían llegar a fundirse con el bosque, solamente había que desearlo.
En el medio de la selva amazónica una pequeña choza estaba situada, construida con palos y ramas, era mas fuerte de lo que se veía, a dentro había una mesa, y tres camas, nada mas que ese mobiliario, si se le podía llamar así, hiervas, amuletos, tazones, potes con pociones y un libro… esa era la choza donde vivían Hoprer y Olvher.
Hoprer tenía nueve años de edad y Olvher solo cuatro, cuando se encontraban cenando con su abuelo, por una extraña razón que desconocían, jamás supieron su nombre. El abuelo era viejo, demasiado por temor de Hoprer, aunque le costaba admitirlo, le quedaba poco tiempo de vida, la familia se estaba reduciendo…
Desde que la madre de los niños murió, que fue hace cuatro años, mientras estaba dando a luz a Olvher, El Abuelo se encargo de enseñarle todo lo que saben, un ungüento que sanaba la culebrilla de un momento a otro, pociones para la jaqueca, que ayudaban a sanar los cortes, que quitaban las cicatrices… pero no solo cosas así, les enseño a alejar a los Besmuses, y a extraer malos espíritus, a desaparecer tras los arboles y a controlar los vientos, a quitar y poner barreras… muchas cosas mas.
Protegían animales, el bosque y la naturaleza, como su familia lo había hecho durante siglos.
Siempre los deslumbraba con los cuentos acerca de Hoprer y Olvher, aquellos ángeles expulsados del cielo.
– ¿que es eso? – pregunto Olvher, mientras echaba una miradita furtiva a la sopa del tazón de El Abuelo, que poco a poco se iba quedando dormido.
El Abuelo se despertó de repente y miro la imagen, les explico lo que era, les dijo que fue robado, pero no por quien, ni cuando, El Abuelo les dijo que por el, no tenia poderes como los de ellos.
Días después de lo que vieron en el tazón de sopa de El Abuelo, este murió… y su cuerpo fue absorbido por la naturaleza, transformándose en una nube de mariposas blanca y energía de luz.
Cuando vieron a la esencia de su abuelo desvanecerse, y la nube de mariposas disiparse y alejarse por caminos diferentes, tristemente Hoprer miro a su hermano – desde hoy, seré Hoprer y tu Olvher.
Y así, lo niños cambiaron sus verdaderos nombres, por aquellos que se escuchan en tantos cuentos y leyendas de terror. En honor a su abuelo y a su recuerdo.
Hoprer y Olvher, por los siguientes años, vivieron solos en la selva, cuidaban animales, protegían arboles, sembraban nuevas plantas, ayudaban con la vida y el balance… pero hacían lo que mas le gustaba, asustar a los cazadores…
Siempre reían y cantaban…
Alouette, gentille alouette,
Alouette, je te plumerai.
Je te plumerai la tête,
Je te plumerai la tête,
Et la tête, et la tête.
Se la sabían tan bien. Esa canción se las enseño su madre…
Alouette, gentille alouette,
Alouette, je te plumerai.
De una manera escalofriante que dejaban asustar a los hombres, simplemente por no saber de donde venia el sonido y la voz.
Los seres humanos le temen a aquello que no pueden ver… ni controlar.
Pero Hoprer y Olvher solo eran dos niños pequeños, dos niños traviesos y juguetones, pero también buenos. Los dos hermanos se complementaban el uno al otro, Hoprer necesitaba a Olvher… y Olvher sin Hoprer no era nada.
Ellos sentían el uno por el otro un cariño mutuo, que era más grande por falta de su madre, de su padre y ahora de su Abuelo.
Además de asustar a los cobardes cazadores con canciones y risas sin sentido, lo que más le gustaba a  Hoprer, era mostrarse y desaparecer. El cazador que mas la vio de cerca, aseguro que era una niña, con largo cabello rubio y mechones de color café, sus ojos eran de un verde impredecible, como el color de la naturaleza en septiembre de la selva amazónica, sus ojos eran lo que mas destacaba en su cara blanca y traslucida.
Hoprer y Olvher siempre estaban ocupados, ayudando a la naturaleza, haciendo pociones y practicando encantamientos y magia con sus anillos, cuando no hacían eso, molestaban a los cazadores, aunque a veces escuchaban la voz de El Abuelo en el viento que los reprendía y les decía que eso era malo, cuando no había cazadores en el bosque a quien molestar, Hoprer y Olvher jugaban a las escondidas…
– cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta – contaba Olvher con las manos en los ojos – Estés lista o no, voy a buscarte An… Hoprer.
El bosque era muy extenso, aun en el día, estaba la mayoría de ellos en penumbras, que ocultaban todo más lejos de tus pies. Los troncos eran altos, las ramas empezaban a crecer por unos cuantos metros sobre su cabeza, las hojas que llenaban las ramas volviéndolos frondosos, tenían un metálico y brillante color verde. El suelo estaba recubierto por ramitas marrones de color barro y hojas secas de la ultima temporada, que aun no se habían vuelto parte de la tierra.
El sol penetraba por las ramas escasas, para hacer varios haz de luz uniformes, que deslumbra los ojos verdes de Olvher con el movimiento de cada ser vivo.
La selva era un lugar muy vivo, estaba repleta de sonidos tanto hermosos como perjudiciales, los cantos de los búhos en las noches, las de las aves y alondras en el día, los grillos y las chicharras en las mañanas, el sonido constante e interminable del viento rozar contra las ramas de los altos arboles. Cada vez que ellos miraban los arboles se daban cuenta de los diminutos que son…
El gran bosque era un lugar de sonidos y movimientos, y por eso, jugar a las escondidas era una verdadera odisea. El pequeño capto movimiento por el rabillo del ojo, pero al voltearse, fue vislumbrado por la gran figura intimidante de un venado con grandes astas.
Camino alejándose de las rocas que quedan paralelas a la pequeña y gran choza donde viven. Mientras buscaba tras cada árbol gigante que se encontraba a su paso, su hermana mayor Hoprer se reía y caminaba de uno a otro.
– Ya termino el juego, Hoprer – dijo Olvher exasperado ya que no podía encontrar a su hermana.
Detrás de el, la figura de su hermana camino de un árbol a otro y desapareció en el siguiente, para encontrarse en uno frente a su pequeño hermano.
Uno de sus mechones rubios fue vislumbrado por el sol, y Olvher salto de júbilo, al encontrar a Hoprer – Te vi.
Cuando se dirigió corriendo al grueso tronco, ya Hoprer no se encontraba hay – no seas tramposa, Hoprer… no debes desaparecer…
Su hermana estaba tras el – las reglas de las escondidas no dicen por ninguna parte que se prohíba desaparecer.
Olvher frunció el ceño e hizo un pequeño puchero. Sus fracciones se veían hermosas y radiantes. Abrió la boca para argumentar algo, pero en vez de sus palabras, lo que se escucho fue un disparo y unas pisadas cercanas… Hoprer y Olvher se miraron el uno al otro, y sin nada más que decir, corrieron a la procedencia del sonido.
Un cazador joven, de pelo castaño y piel morena, tenía en su mano un rifle y corría hacia su presa.
Los niños comenzaron a cantar:
Soy Hoprer,
Yo Olvher.
Venimos unidos,
Tú ya nos temes,
Aunque somos niños.

El cazador se detuvo, miro al sonido, pero las voces venían de todos lados. Dejo caer el rifle y corrió aterrado de vuelta al pueblo, dejando a su presa morir.
Los niños fueron hacia el animal mal herido, era el venado que Olvher había visto momentos antes. Se quejaba de dolor, podía sentir lo que el sentía, ese era el poder principal de Olvher. El venado se echaba sobre el barro hecho con su sangre. Tenía los ojos muy vivos y asustados.
– Tranquilo, tranquilo – susurro Olvher, y el venado dejo de moverse bruscamente. Como si le entendiera.
Hoprer, volvió a la choza, donde de una botella de madera, saco un ungüento, para aplicarle en la herida al pobre y asustado animal. Cuando volvió, esta yacía en el suelo, calmado como un perro manso. Le aplico el ungüento de color verde tierra, y la herida hecho espuma, los perdigones salieron y la sangre cerro la herida, sin dejar una simple cicatriz.
El animal se levanto con gracia, y cerro sus ojos en forma de agradecimiento, se alejo lentamente en el bosque.

De regreso a la choza, los niños pasaron por un rio, en el que estaba una gran mancha naranja a rayas negras bebiendo agua de la poza menos profunda, el tigre los miro y les hizo reverencia, al igual que el vendado, después siguió bebiendo agua normalmente. Cada animal que veían les agradecían de forma única. Las ramas de los árboles se batían en euforia.
Continuara...
Tarah Zeng.

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