Capitulo 1.
El misterio de los niños
Hoprer y Olvher.
Sus risas se escuchaban por todo el bosque, era una gran canción cantada
por voces infantiles, aunque no importa que tanto buscaban aquellos hombres,
que venían a cazar, la procedencia del sonido, jamás sabia de donde venia, lo
escuchaban claro, cerca, cada vez se acercaba mas a ellos, pero cuando se
volteaban no veían nada, y salían huyendo pensando que el bosque estaba
embrujado… solo eran Hoprer y Olvher, los hijos de aquellos de las leyendas.
Los cazadores siempre escuchaban esas risas infantiles, se acercaban y
la pequeña voz de una niña siempre decía – ¿no puedes verme? Estoy aquí – pero
no veían nada, aunque la voz la hayan escuchado tan cerca de sus oídos.
– ¡basta, Hoprer! – le decía, aunque la voz del que parecía ser Olvher
era de un tanto bromista, seguía riendo.
Un pequeño pueblo cerca de un rio y un campo en las afueras de la selva,
estaba enterado de las millares de leyendas y testimonios de esos hombres
asustados. Por dos años Hoprer y Olvher seguían asustando.
Los hombres ya casi no querían salir a cazar, pero como el pueblo donde
vivían era muy pobre, no les quedaba otra opción, era el único sustento del
aquel pueblo pequeño. Los pocos que lograron ver a Hoprer y a Olvher, los
miraron con forma de dos niños, Hoprer una niña grande de aproximadamente diez
años y Olvher un niño pequeño de cinco, vestidos con harapos y descalzos, las
personas que los vieron aseguraron que ambos niños desaparecían tras los
arboles, como por arte de magia.
La gente de ese pueblo sabia que podían llegar a fundirse con el bosque,
solamente había que desearlo.
En el medio de la selva amazónica una pequeña choza estaba situada,
construida con palos y ramas, era mas fuerte de lo que se veía, a dentro había
una mesa, y tres camas, nada mas que ese mobiliario, si se le podía llamar así,
hiervas, amuletos, tazones, potes con pociones y un libro… esa era la choza
donde vivían Hoprer y Olvher.
Hoprer tenía nueve años de edad y Olvher solo cuatro, cuando se
encontraban cenando con su abuelo, por una extraña razón que desconocían, jamás
supieron su nombre. El abuelo era viejo, demasiado por temor de Hoprer, aunque
le costaba admitirlo, le quedaba poco tiempo de vida, la familia se estaba
reduciendo…
Desde que la madre de los niños murió, que fue hace cuatro años,
mientras estaba dando a luz a Olvher, El Abuelo se encargo de enseñarle todo lo
que saben, un ungüento que sanaba la culebrilla de un momento a otro, pociones
para la jaqueca, que ayudaban a sanar los cortes, que quitaban las cicatrices…
pero no solo cosas así, les enseño a alejar a los Besmuses, y a extraer malos
espíritus, a desaparecer tras los arboles y a controlar los vientos, a quitar y
poner barreras… muchas cosas mas.
Protegían animales, el bosque y la naturaleza, como su familia lo había
hecho durante siglos.
Siempre los deslumbraba con los cuentos acerca de Hoprer y Olvher,
aquellos ángeles expulsados del cielo.
– ¿que es eso? – pregunto Olvher, mientras echaba una miradita furtiva a
la sopa del tazón de El Abuelo, que poco a poco se iba quedando dormido.
El Abuelo se despertó de repente y miro la imagen, les explico lo que
era, les dijo que fue robado, pero no por quien, ni cuando, El Abuelo les dijo
que por el, no tenia poderes como los de ellos.
Días después de lo que vieron en el tazón de sopa de El Abuelo, este
murió… y su cuerpo fue absorbido por la naturaleza, transformándose en una nube
de mariposas blanca y energía de luz.
Cuando vieron a la esencia de su abuelo desvanecerse, y la nube de
mariposas disiparse y alejarse por caminos diferentes, tristemente Hoprer miro
a su hermano – desde hoy, seré Hoprer y tu Olvher.
Y así, lo niños cambiaron sus verdaderos nombres, por aquellos que se
escuchan en tantos cuentos y leyendas de terror. En honor a su abuelo y a su
recuerdo.
Hoprer y Olvher, por los siguientes años, vivieron solos en la selva,
cuidaban animales, protegían arboles, sembraban nuevas plantas, ayudaban con la
vida y el balance… pero hacían lo que mas le gustaba, asustar a los cazadores…
Siempre reían y cantaban…
Alouette, gentille alouette,
Alouette, je te plumerai.
Alouette, je te plumerai.
Je te plumerai la tête,
Je te plumerai la tête,
Et la tête, et la tête.
Je te plumerai la tête,
Et la tête, et la tête.
Se la sabían tan bien. Esa canción se las enseño su madre…
Alouette, gentille alouette,
Alouette, je te plumerai.
Alouette, je te plumerai.
De una manera escalofriante que dejaban asustar a los hombres,
simplemente por no saber de donde venia el sonido y la voz.
Los seres humanos le temen a aquello que no pueden ver… ni controlar.
Pero Hoprer y Olvher solo eran dos niños pequeños, dos niños traviesos y
juguetones, pero también buenos. Los dos hermanos se complementaban el uno al
otro, Hoprer necesitaba a Olvher… y Olvher sin Hoprer no era nada.
Ellos sentían el uno por el otro un cariño mutuo, que era más grande por
falta de su madre, de su padre y ahora de su Abuelo.
Además de asustar a los cobardes cazadores con canciones y risas sin
sentido, lo que más le gustaba a Hoprer,
era mostrarse y desaparecer. El cazador que mas la vio de cerca, aseguro que
era una niña, con largo cabello rubio y mechones de color café, sus ojos eran
de un verde impredecible, como el color de la naturaleza en septiembre de la
selva amazónica, sus ojos eran lo que mas destacaba en su cara blanca y
traslucida.
Hoprer y Olvher siempre estaban ocupados, ayudando a la naturaleza,
haciendo pociones y practicando encantamientos y magia con sus anillos, cuando
no hacían eso, molestaban a los cazadores, aunque a veces escuchaban la voz de
El Abuelo en el viento que los reprendía y les decía que eso era malo, cuando
no había cazadores en el bosque a quien molestar, Hoprer y Olvher jugaban a las
escondidas…
– cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta – contaba Olvher con las
manos en los ojos – Estés lista o no, voy a buscarte An… Hoprer.
El bosque era muy extenso, aun en el día, estaba la mayoría de ellos en
penumbras, que ocultaban todo más lejos de tus pies. Los troncos eran altos,
las ramas empezaban a crecer por unos cuantos metros sobre su cabeza, las hojas
que llenaban las ramas volviéndolos frondosos, tenían un metálico y brillante
color verde. El suelo estaba recubierto por ramitas marrones de color barro y
hojas secas de la ultima temporada, que aun no se habían vuelto parte de la
tierra.
El sol penetraba por las ramas escasas, para hacer varios haz de luz
uniformes, que deslumbra los ojos verdes de Olvher con el movimiento de cada
ser vivo.
La selva era un lugar muy vivo, estaba repleta de sonidos tanto hermosos
como perjudiciales, los cantos de los búhos en las noches, las de las aves y
alondras en el día, los grillos y las chicharras en las mañanas, el sonido
constante e interminable del viento rozar contra las ramas de los altos
arboles. Cada vez que ellos miraban los arboles se daban cuenta de los
diminutos que son…
El gran bosque era un lugar de sonidos y movimientos, y por eso, jugar a
las escondidas era una verdadera odisea. El pequeño capto movimiento por el
rabillo del ojo, pero al voltearse, fue vislumbrado por la gran figura
intimidante de un venado con grandes astas.
Camino alejándose de las rocas que quedan paralelas a la pequeña y gran
choza donde viven. Mientras buscaba tras cada árbol gigante que se encontraba a
su paso, su hermana mayor Hoprer se reía y caminaba de uno a otro.
– Ya termino el juego, Hoprer – dijo Olvher exasperado ya que no podía
encontrar a su hermana.
Detrás de el, la figura de su hermana camino de un árbol a otro y
desapareció en el siguiente, para encontrarse en uno frente a su pequeño
hermano.
Uno de sus mechones rubios fue vislumbrado por el sol, y Olvher salto de
júbilo, al encontrar a Hoprer – Te vi.
Cuando se dirigió corriendo al grueso tronco, ya Hoprer no se encontraba
hay – no seas tramposa, Hoprer… no debes desaparecer…
Su hermana estaba tras el – las reglas de las escondidas no dicen por
ninguna parte que se prohíba desaparecer.
Olvher frunció el ceño e hizo un pequeño puchero. Sus fracciones se
veían hermosas y radiantes. Abrió la boca para argumentar algo, pero en vez de
sus palabras, lo que se escucho fue un disparo y unas pisadas cercanas… Hoprer
y Olvher se miraron el uno al otro, y sin nada más que decir, corrieron a la
procedencia del sonido.
Un cazador joven, de pelo castaño y piel morena, tenía en su mano un
rifle y corría hacia su presa.
Los niños comenzaron a cantar:
Soy Hoprer,
Yo Olvher.
Venimos
unidos,
Tú ya nos
temes,
Aunque somos
niños.
El cazador se detuvo, miro al sonido, pero las voces venían de todos
lados. Dejo caer el rifle y corrió aterrado de vuelta al pueblo, dejando a su
presa morir.
Los niños fueron hacia el animal mal herido, era el venado que Olvher
había visto momentos antes. Se quejaba de dolor, podía sentir lo que el sentía,
ese era el poder principal de Olvher. El venado se echaba sobre el barro hecho
con su sangre. Tenía los ojos muy vivos y asustados.
– Tranquilo, tranquilo – susurro Olvher, y el venado dejo de moverse
bruscamente. Como si le entendiera.
Hoprer, volvió a la choza, donde de una botella de madera, saco un
ungüento, para aplicarle en la herida al pobre y asustado animal. Cuando
volvió, esta yacía en el suelo, calmado como un perro manso. Le aplico el
ungüento de color verde tierra, y la herida hecho espuma, los perdigones
salieron y la sangre cerro la herida, sin dejar una simple cicatriz.
El animal se levanto con gracia, y cerro sus ojos en forma de
agradecimiento, se alejo lentamente en el bosque.
De regreso a la choza, los niños pasaron por un rio, en el que estaba
una gran mancha naranja a rayas negras bebiendo agua de la poza menos profunda,
el tigre los miro y les hizo reverencia, al igual que el vendado, después
siguió bebiendo agua normalmente. Cada animal que veían les agradecían de forma
única. Las ramas de los árboles se batían en euforia.
Continuara...
Tarah Zeng.
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