PREFACIO.
Imamiah.
– vamos Cielo, nada va a pasar, solo es un
juego – insistió Judith, era la decima vez que le decía eso a Graciela. No
quería que lo hiciera y mucho que le susurraba en su conciencia que no
aceptara, Cielo ya estaba por ceder, tan solo para quitarse de encima a Judith,
su prima, y por la curiosidad de saber si eso era así como Judith le había
dicho.
“no lo hagas, Cielo” susurre,
ella me entendía, aunque no me veía, siempre estaba con ella, y ella lo sabia.
Diez años, esa edad tenía en
ese entonces, pero sabía más que otras personas, sabia de la existencia de
otras cosas, ya que su familia le había enseñado acerca del mundo espiritual,
para que establezca una relación con Dios… aunque, los niños a esa edad,
sabían, que mas de lo que ven, eran cosas reales.
– No me comentaste que te gustaría saber
acerca de este mundo – dijo Judith, ella sabia muy bien, que si caía, se
llevaría a Cielo con ella, esa era su intención – es tu única oportunidad,
Graciela.
Había estado tratando de
convencer a Graciela desde hace dos días, diciéndole que esa era la única
oportunidad que tenia para entrar en el mundo que por naturaleza le
correspondía, diciéndole que ella sabia lo que hacia, pero era tan inexperta
con eso, seria la primera vez que jugarían la ouija.
“Cielo, Graciela, escúchame, no lo hagas, no vayas con ella” puse mi
mano en su mejilla pero solo la traspaso, y Cielo cerro los ojos, como si en
verdad lo hubiera sentido.
Graciela era un niña de
fracciones hermosas, su cabello era de un intenso color castaño, como la madera
pulida de un árbol, tenia una piel tostada por el sol, ya que desde que nació,
y la vi, era blanca como la leche fresca, su piel cambio de color. Tenia unas
mejillas rosadas como piel de bebe. Una cara acorazonada que le daba un aspecto
tierno. En el puente de la nariz, un puñado de pecas que casi no eran visibles.
Y unos ojos de un bonito color gris, un gris deslumbrante que te hipnotiza y te
atrapa, una vez que miraras en sus ojos, jamás volverías a ser libre.
Se que me escucho como un
hombre enamorado, pero en verdad lo soy, estoy enamorado del amor, y amo a
Cielo, porque debo protegerla de todo. Ella es mi niña y solo quiero que sea
feliz, que logre todos sus objetivos en la vida. Pero ahora, para esto estoy,
tengo que protegerla de las malas influencias de Judith, aunque fuera de la
familia Fuenmayor, no era igual a los demás integrantes, en ella había algo
oscuro.
Cielo asintió levemente, pero
Judith lo noto, y mi mundo se derrumbo – lo hare Jud, enséñame como – dijo
Cielo con su suave voz y sus ojos casi se convierten en cascadas.
Una sonrisa maliciosa se
extendió por los labios rosas de Judith. Casi dio un salto cuando tomo a Cielo
del brazo, y la jalo por los pasillos de la escuela. – Solo tengo una duda –
dijo Cielo siendo arrastrada – estamos en la escuela, ¿como vamos a poder
jugar?
– La hora del recreo
estaremos libres, las maestras se irán como siempre y dejaran los salones
abiertos, Elida nos estará esperando en su salón con la tabla – yo las seguía
de cerca, escuchando lo tan planeado que estaba esto.
“Cielo, escúchame, escucha a tu corazón, a tu conciencia, Graciela, no
hagas esto, no sabes con que te metes. No sigas más, que te vas a arrepentir”
el tiempo se paso en intentar hacer reconsiderar a Cielo su idea, pero ella
estaba convencida de que haría eso, si eso le proporcionaba lo que esperaba.
Cielo estaba escuchando sus pensamientos, sus deseos, no a su conciencia, no a
mí.
Judith le había dicho que así
encontraría lo que estaba buscando y así serian iguales, Cielo solo pensaba en
eso, ser iguales, ya no seria la ultima, ahora seria considerada una Fuenmayor,
así seria valorada por su abuela Liliana, aunque ella las quería a todas,
prefería a Judith… por lo que podía hacer.
Cielo caminaba apresurada,
pero asustada, a su encuentro con las demás, sabia que era malo, pero ¿por que
no le hacia caso a su conciencia? ¿Por que no le hacia caso a sus miedos?
Al tocar la puerta, le abrió
Elida, su prima menor, en ese entonces tenia ocho años, era liderada por Judith
al ser la mayor, Elida no tenia mente propia, no tenia sueños ni deseos
propios, ella solo era un reflejo de lo que era Judith, si ella le pedía que se
lanzara de un acantilado, Elida lo haría sin pensarlo dos veces.
– pasa Graciela – dijo sin
pensarlo dos veces.
Graciela entro y con ella,
yo. Los pupitres estaban de un lado, las ventanas cerradas y las persianas
bajadas, en el medio un circulo hecho con las niñas comprendidas entre ocho y
doce años, de las cuales, la mayor era Judith.
En el salón había mínimo
cinco niñas, todas amigas de Judith, había espectadoras en la parte trasera del
salón, las niñas que no le creían a Judith ni una sola palabra, estaban aquí
para ver si eso era real.
– No sabia que el fenómeno de
tu prima iba a estar aquí – dijo una de ellas.
Judith colocando la tabla
maligna en medio del círculo, con una sonrisa satisfactoria, como pensaba que ninguna niña de doce años podría
manipular, pero ella la manipulaba muy bien.
– ella es la atracción
principal – dijo, con una voz que hacia que hasta los ratones se estremecieran
de terror.
Eso asusto a Cielo mas de lo
que estaba, trate una vez más. Me incline para quedar a su altura y susurre a
su oído “vete, Cielo, vete”, Cielo
vacilo, pero siguió, atravesándome. Cuando note, preocupado, vi como la más
pequeña, Elida me miraba, aunque no escuchaba nada de lo que decía.
– Vete – susurro la pequeña
Elida solo para mi.
Salí de allí, tenia que
encontrar ayuda, así buscara a Miguel, a Gabriel, a Uriel, a Rafael, o al
mismísimo Dios, pero necesitaba ayuda, me castigarían por dejar a Cielo a
merced de la maldad. No me quedo de otra que invocar a Amit, la cual llego como
un rayo, la note llegar por su calidez.
“me llamabas” dijo cuando
llego, le sonreí como pude. Amit era hermosa como un ángel, su cabello era
rubio y largo, su piel brillaba y su resplandor sobresaltaba, tenia los ojos
mas azules que nunca antes había visto.
“¿donde esta Dante y Kyle?
Los ángeles guardianes de Judith y Elida” le pregunte.
“no lo se”
“tu lo sabes todo”
“no es así” susurro “¿que
pasa? Estas preocupado”
“Judith y Elida, se llevaron
Cielo. La convencieron de jugar a la ouija” la cara de Amit se torno
preocupada.
“en setecientos años, ninguno
de la familia Fuenmayor ha jugado a la ouija” ella lo sabia bien, pues lleva
setecientos años con la familia Fuenmayor.
“Judith y Elida son la
excepción”
Un alboroto llamo mi
atención, ya habían comenzado, fuimos rápidamente a donde surgía el alboroto,
pero llegamos tarde, cuando entramos ahí estaban, demonios de escala mayor,
Idan tocaba a Cielo, que yacía inconsciente en el suelo, la había dejado sola,
no era bueno para ella, la había abandonado y ella pagaba el precio de mi
imprudencia.
Había pupitres suspendidos en
el aire que se estrellaban contra las paredes, las niñas lloraban, Elida estaba
cerca de Cielo, al lado de Idan, ella los veía, pero no los escuchaba, lloraba
desesperadamente por lo que le paso a su prima. Judith estaba sentada tranquila
con un dedo sobre la tabla, ella y todas las niñas tenían los ojos cerrados.
Judith tenia una especie de
sonrisa y se veía muy relajada “muy bien hecho, Judith” dijo una voz de
ultratumba, sabia lo que pasaba, Él la
había estado manipulando y Dante no había hecho bien su trabajo, pero
rápidamente me recordé que yo también había fallado.
Idan miro hacia a mi, tenia
una sonrisa maliciosa en su cara, rápidamente todos esos bichos raros se
empezaron a ir al vernos venir a Amit y a mi. Las caras de los demonios eran
las cosas mas aterradoras que puedes ver en toda tu existencia, antes eran
ángeles, con la belleza que los caracteriza, pero la maldad los habían
transformados.
Sus caras eran las de monos y
criaturas que existen pero no existen, eran cosas que me daba asco tan solo por
intentar describirlos, sus alas no eran como en las pinturas, que eran alas
demoniacas, oscuras como de murciélagos, tan solo por ser seres nocturnos, eran
alas como las de Amit, las de Dante, o las mías, alas de ángeles pintadas de
negro… esencia intangible oscura.
Todos los demonios se
marcharon, llevándose consigo a la oscuridad y la maldad que trajeron. Judith
se desmayo. Idan no se marcho hasta que hizo lo que vino a hacer o hasta que se
lo permití, fui rápidamente al lado de Cielo y Elida, mi resplandor lo
sorprendió y se dio a la huida como todos sus compañeros. ¡Demonios cobardes!
Que huyen para no dar la pelea, que actúan a las espaldas, tramposos,
embusteros, calculadores… Dante y Kyle llegaron, pero no habían estado
presentes en la huida de los ángeles oscuros. Las niñas seguían llorando.
“¿Qué ha pasado?” pregunto
Kyle, mirando a su alrededor, dirigiéndose rápidamente a donde estaba Elida
abrazando con fuerza la cabeza de Cielo en su regazo.
“¿Dónde estaban?” le respondí
a su pregunta con otra pregunta, mientras me separaba de Cielo y Elida.
Kyle toco a Elida y ella,
seguida de las otras niñas abrieron los ojos. Con los ojos llenos de lágrimas
Elida susurro:
– estas aquí, ángel.
Judith, en los brazos de
Dante también despertó. Sorprendidas miraron a su alrededor, todo estaba como
antes, las mesas arregladas, las sillas en su lugar, la tabla al lado de la
recién despierta Judith, miraron desconcertadas, ellas no podían vernos, la
única que podía era Elida.
Una maestra alertada por el
ruido llego al encuentro de las niñas.
– ¿que pasa? – pregunto preocupada
y la seguían sus compañeras. Las niñas se miraban desconcertadas. Judith,
fresca después de despertar, tapo la tabla de la ouija con su bolso y sonrió.
– Nada, solo jugábamos – se
excuso Judith, pero ya no había la maldad en ella que había visto hace un
momento.
– pero Graciela… Graciela, se
ha desmayado – mintió Elida aun llorando, ¿como pudo haber mentido, para
encubrir lo que habían hecho? La maestra se acerco a Graciela y la miro, ella
ya empezaba a despertar. Amit había desaparecido.
Todo estaba como si nada
hubiera pasado, solo una cosa cambio… mi Cielo.
Me situé a su lado y ella
empezó a despertarse lentamente, sus ojos habían dejado de ser grises, ahora
estaban tan negros que parecía muerta, su tez se había vuelto pálida como lo
era el día en que nació, sus labios eran de un color morado, su cabello había
perdido su brillo, había dejado de ser la misma, había dejado de ser mi Cielo.
Continuara...
Tarah Zeng.
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