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*¡¡¡BIENVENIDOS!!!*

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Hola a todos, sean bienvenidos a este nuevo blog que he decidido crear, con la esperanza de que mis escritos sean divulgados y conocidos mundialmente.


Tarah Zen G.

sábado, 18 de junio de 2016

Dibuja una luna.

PREFACIO.
Estaba oculto detrás de los escombros de un auto destartalado y destrozado, que por el estado oxidado de sus piezas, se podía notar que llevaba un par de décadas en ese lugar, casi convirtiéndose en tierra: del polvo vienes y al polvo regresaras.
Era solo el armazón de un carro viejo, sin color alguno de lo que alguna vez fue, solo quedaba su esqueleto así como si la descomposición hubiese tomado un cuerpo humano, pudriendo sus carnes pero preservando sus marrones huesos. Se oculto detrás de él, como una vil rata que solo buscaba sobrevivir aunque no sabia bien a que objeto había pertenecido aquel esqueleto, con sus sucias ropas marrones se cubrió de pies a cabezas para camuflarse con los secos e infértiles suelos de aquellos parajes. El corazón le latía fuertemente, el olor a heces y algo lejano a la gasolina vieja se impregnaba en su piel y en sus ropas. Pero no podía hacer nada hasta que el disturbio pasaba, no podía hacer mientras ocurría, no podría hacer nada aunque terminara, ese mundo apestaba. No importaba en que lugar se encontrara, la inmundicia de la humanidad le seguía a donde fuera que se dirigiera.
El sonido se detuvo cuando el mundo se oscureció… no sabia que cosas eran esas, pero había tenido varios encuentros en que aquellos palos disparaban llamas y una parte de aquel fuego golpeaba a una persona para abrir un agujero en su cuerpo, quemando y cortando, dejando que la sangre no chamuscada escapara por el orificio, y en el peor de los casos, terminaban con la vida de la persona que lastimaba.
Fue un espectáculo de sonidos con cada llama que se escaba de la punta de aquellas varas, grandes y pequeñas, llevadas con ambas manos o con una. Eran armas viejas, antigüedades preservadas del viejo mundo, aquel que había desaparecido hacia unas décadas a causa del apocalipsis.
Pero cuando las tinieblas emergieron y engulleron al mundo, estos disparos se detuvieron, viendo que ya no había nada más con vida a la cual robársela. Ya no había ningún indigente al cual robarle nada.
El chico asustado espero unos segundo mas, quizás unos minutos que le parecieron eternos, para estar seguro que los hombres armados se habían alejado lo suficiente y que no lo matarían por creerlo una amenaza, por tener algo que les fuera de valor, o por el simple hecho de sentir el placer de matarlo. Se removió un poco de su lugar, en el cual durante horas había permanecido estático, para no llamar la atención de ningún bárbaro y no provocar ningún sonido, que cuando se movió, una pequeña capa de polvo y arena de los aires áridos que se había acumulado en su espalda se deslizara de su capa y callera en el suelo con un crujir de la arena seca, pero a demás de el sonido del polvo deslizándose por su ropa y flotando en el aire con sus partículas mas pequeñas, el sonido del crujir de sus huesos al realizar movimientos después de durar tanto tiempo sin mover ni un musculo, escucho atentamente, como mas sonidos surgían de la penumbra.
Quizá los hombres no se habían ido del todo.
Observo curioso, volviendo a su estado de gato en caza, sigiloso para no llamar la atención de su presa, pero no vio a ningún bárbaro rematando a su victima, ni saqueando los escombros de basura que seguramente para las personas de la antigüedad habían sido sumamente útiles. Lo que vio, lo dejo pasmado.
Era una personita diminuta, que corría hacia uno de los bultos a bio que había dejado la masacre.  No recordaba haber visto a nadie más pequeño que él, teniendo ya quince años era un hombre, era uno de los más jóvenes de su pueblo antes que… antes de que este hubiera sido destruido por las llamas a manos de los barbaros del desierto.
Por eso, esa figurita frágil y débil le llamo la atención de sobremanera, corriendo con sus cortas y regordetas piernas hacia a aquel bulto que había sido masacrado como mucho otros por los tiros de las armas desconocidas de los barbaros.
– ¡Padre! – Grito con voz aguda y chillona, sin detener su marcha, hasta caer sobre él – no mueras… – sollozo – no puedes morir y dejarme solo.
Un niño…
Era un niño que como él se quedaba solo en ese mundo, en un lugar donde el sol que salía ardía mil veces que una llama flameante en un noche gélida, en que conseguir agua y alimentos en esa tierra infértil era sumamente difícil, en un mundo en el que en cada esquina podría encontrarse con una bestia en putrefacción o una desgracia genética, que anhelaba comer carne y contaminar con enfermedades letales.
– Sagitario, no estarás solo por siempre – respondió el viejo moribundo – no me necesitaras por siempre… debes seguir… con vida.
– ¡No! Papá, papá – gimió el pequeño, golpeando su pecho y manchándose con la sangre – no puedes irte… no viviré mucho tiempo, yo solo no puedo – afirmo, tenia bien entendido que siendo tan pequeño y estando solo no podría durar demasiado en un mundo tan hostil como ese, lleno de peligros y de inseguridades.
El espectador expectante solo miraba, desde el lugar en que el había estado cuando comenzó todo el disturbio, vio al niño llorar sobre su padre, sintiendo en su pecho algo que le comprimía las entrañas.
Los sonidos calmos de las tardes agonizantes de aquellos paramos fueron rotos por los gemidos moribundos de las bestias que emergían desde el infierno de las penumbras, cuerpos fluorescentes en putrefacción que surgían de las sombras, sedientos de sangre y hambrientos, abriendo sus bocas para mostrar sus colmillos torcidos y cubiertos de babas sanguinolentas, monstruos con los que había lidiado durante los últimos diez años, pero que aquel pequeño aun no había logrado notar en el dolor de perder a su padre.
Y había muchos mas de donde había vendido aquel, con caras desfiguradas por la radiación, repletas de líquidos verdes que se le escapaban por los orificios naturales de un rostro, como las cuencas vacías sin ojos, la boca con diminutos colmillos torcidos, los orificios de las narinas sin alas ni puente… era criaturas horrorosas con mas de dos miembros. Parecían incluso gemelos siameses craneopagos y dicéfalos.
Pero el niño, nombrado Sagitario, no se había dado cuenta de la presencia de aquellos seres sin vida, pero que aun tenían la capacidad de mover la carne en putrefacción. El niño estaba encerrado en su dolor y en su desesperación, no se apartaría de su padre hasta que llegara el día siguiente o hasta que los buitres le permitieran seguir a su lado.
Al espectador no le gusto seguir siendo un espectador, estaba dispuesto a irse de allí antes de que eso se pusiera peor, así que recogió sus cosas y se envolvió en sus telas, para que el frio no lo consumiera, pero cuando iba a marcharse sin que los monstruos se dieran cuenta, se volteo para ver al pequeño, abrazado al cuerpo inerte de su padre. Los monstruos se acercaron a él, el pequeño toma una vara que parece inofensiva en comparación con las varas explosivas de los barbaros del desierto, para tratar de defenderse y de alejarlos de su padre.
– Papá aun no ha muerto – chillo – ¡marchaos! ¡No podrán tocar a mi padre!
Alzo la vara sobre su cabeza, a la defensiva por si alguna de esas cosas osaba a acercarse demasiado, pero una mano con mas fuerza que la suya le quita la vara y la arroja lejos de sus manos, sorprendido el niño se gira, para encontrarse con ojos tan verdes y vivos que le atemorizan mas que los orbes vacíos de aquellos mutantes.
– Esto es suicidio, niño – le reprocho, tomándolo fuertemente de la mano y jalándolo lejos del lugar en donde caído, reposaba el cuerpo de su padre, alejándolo de las bestias sedientas por carne fresca – ¿eres tonto, o que haces? ¡No puedes darte de valiente con esas cosas!
– pero… papá – el niño no pudo evitar mirar atrás siendo arrastrado por ese desconocido que le había salvado la vida. Opuso resistencia y trato de soltarse de su agarre – papá aun no ha muerto… no puedo dejarlo.
El desconocido le soltó la mano, mucho había hecho en alejarlo de una muerte segura, para que el malagradecido oponga resistencia a alejarse de ese lugar tan inhóspito, si quería morir, entonces lo dejaría morir allí.
– Has lo que te venga en gana – siguió su camino. El pequeño parpadeo a su espalda, mirando como se alejaba, pero no gastaría su tiempo en ver como se alejaba su salvador, el rescataría a su padre de aquellas bestias.
Corrió desesperado tomando una rama seca de un intento de árbol cercano.
El chico no pudo evitar mirar hacia atrás.
– Ese enano esta loco – siguió caminando, cerrando sus ojos en cuestión de orgullo – lo que hace es suicidio, intentar tanto en algo que fracasara.
Sin embargo, a pesar de que había decidió dejarlo hacer lo que quisiera, había algo en sagitario que le recordaba a él mismo, que le recordaba a las personas que le habían ayudado cuando él también había sido un niño. Sin darse cuenta se detuvo. Para escuchar la feroz batalla que estaba librando el niño con los mutantes.
Corrió hacia donde estaba hace unos momentos, sacando una espada vieja pero afilada, con la cual busco alejar a los mutantes, sin llegar a cortar sus carnes que son muy acidas y venenosas.
– ¡Pequeño escuincle! – Le grito al niño, quien estaba sorprendido porque el joven de cabellos azabaches se regresara a ayudarlo – ¡ten cuidado, su saliva es muy toxica, te matara si la tocas!
El niño esquivo a varios rasguños de las afiladas garras de las bestias, destrozando un palo en su lomo y haciéndolo caer estrepitosamente en el suelo, mientras que el chico mayor se encargaba de dejarlos fuera de combate con su espada. De esa manera logro bajar la cantidad de ellos, aunque eran criaturas muy tercas que no poseían consciencia y por cada baja que tenían, dos los sustituían.
– tenemos que irnos antes de lleguen mas – le grito al niño.
– pero papá…

– ¡tu padre esta muerto! – le grito, un grito que poseía una afirmación que había dejado perplejo al pequeño, pero que era muy real, era la primera vez que lo veía de esa manera, que su padre se había muerto y lo había dejado solo, era la primera vez que la realidad lo golpeo a la cara tan abruptamente como la misma muerte – ¡preocúpate por vivir tu! – pero su cabeza estaba tan lejos que no escucho esas palabras, ni las siguientes, ni las siguientes, porque en ese momento se estaba desvaneciendo totalmente de este mundo.
Continuara...
Tarah Zeng.

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