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*¡¡¡BIENVENIDOS!!!*

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Hola a todos, sean bienvenidos a este nuevo blog que he decidido crear, con la esperanza de que mis escritos sean divulgados y conocidos mundialmente.


Tarah Zen G.

sábado, 18 de junio de 2016

Selva y la leyenda del manantial.

PREFACIO.
LOS EXPLORADORES DEL AMAZONAS.
La mujer emergió de mananchua, aspirando profundamente el aire por primera vez… así surgió la leyenda.
Nadie sabía que se ocultaba en el bosque realmente, ni que podía esperarle a un osado aventurero si se adentraba mas allá de la primera hilera de arboles, si de un bosque encantado se tratase lleno de animales ancestrales y criaturas férricas que hicieran de él su hogar y no le recibieran de manera amena, sino como una amenaza que temían destruyera su hogar, ni que se pudieran encontrar cosas mas grandes a demás de hadas y duendes, monstruos temibles emergidos del infierno con una voracidad y una sed de sangre humana, o que se encontrara con algo mas temible, algo mas humano, lejos de aquellas historias fantasiosas de seres mágicos y a la vez demoniacos, encontrase indios armados con veneno de animales en sus armas, dispuestos a defender su tierra con un cementerio sagrado lleno de maldiciones… y esas eran solo algunas de las leyendas que se han creado a través de los siglos al dar un paso a la aventura internándose entre las frondosas ramas y los espesos matorrales, nadie tenía ni la más remota idea de cuan reales eran todas aquellas leyendas que surgían de la Selva Grande. Por eso, la valentía tocada e inspirada por la locura, incitaba a los más intrépidos para que enfrentaran a leyendas, esperaba poder comprobarlo, o desmentirlas o develarlas, aunque sus razones para estar en la selva estaban lejos de ese propósito.
Un joven de aspecto heroico, como muchos aquellos que adornan los cuentos y han quedado convertidos en piedra por maldiciones en algunas leyendas, como aquellos que perecieron en las fauces de un dragón, lideraba la caminata. Tenía el cabello corto de color marrón oscuro y piel bronceada que parecía cincelada con un pincel para remarcar sus rasgos, sus músculos y las facciones de su rostro, sus ojos eran dos pozos sin fondo que contenía agua clara, como lo era él. Era el muchacho de más gran tamaño de los dos.
De cerca lo seguía una chica de tez morena y cabellos oscuros, era sorprendentemente hermosa, como si los luceros del cielo se hubieran inmolado para darla a nacer, el brillo de sus ojos negros no eran comparable con la estrella polar, la mas brillante de todas. Tenia las uñas pintadas de carmín, y el pelo negro recogido en una coleta alta, adornada por una muñera de piedras que se encontraba de moda en aquel tiempo, su ropa seguía siendo muy colorida, a pesar de estar en la selva, ella no podía soportar estar desastrosa demasiado tiempo, por lo cual también llevaba un poco de maquillaje, rímel, labial y colorete, que la hacia parecer mas un muñeca que una simple chica de gran hermosura. Llevaba bajo su brazo un libro que relata leyendas del Amazonas, un extraño pasatiempo del que se avergonzaba, leer la hacia menos popular en su ámbito académico y laboral, las personas no llegaban a aceptar que una chica relacionada con las figuras publicas y la moda pudiera tener por pasatiempo los inusuales libros, era un prototipo de mujer que la sociedad vendía y que no podía ser mezclada con un ratón de biblioteca. Por eso mantenía escondidos sus libros, como un extraño habito, lo hacia incluso sin darse cuenta, como si temiera de que alguien se lo arrebatase y descubriera su secreto.
Los otros dos que conformaban el grupo no parecían ser demasiado especiales. El chico que era el mayor de los cuatro, tenía una apariencia similar al de la chica morena, como si un parentesco fuerte los uniera, por medio de un lazo familiar de fraternidad, su cabello y sus ojos eran igual de negros que los de su hermana, aunque su piel era mucho mas clara que la de ella, pasando a ser ni blanca ni morena, sino de un tono aceitunado. A diferencia de su compañero, tenia el cabello largo a la altura de los hombros, cortado a diferentes escalas, como si un torrente de brea se desbordara y cayera en diferentes direcciones. Tenía hombros anchos y brazos fuertes, aunque ni de asomo se asemejaba su compañero, que era mucho más similar a un luchador de lucha libre profesional. Muchas veces su hermana se burlaba de él, por parecerse mas a una chica por aquel rostro dulce, desprovisto de facciones duras que ella llamaba mas masculinas, pero no por eso él no tenia cualidades que llamaran la atención de las chicas, unas cejas gruesas y ojos oscuros, acompañados por esa nariz aguileña, era lo que mas le gustaba a su mejor amiga.
Ella por su parte, caminaba de última, retrasándose para tomar alguna foto de alguna plata o animal que se cruzase en su camino, y la mayor parte del trayecto, llevaba la cara enterrada en un libro que había tomado del hotel. No era especialmente bella, pero era rubia y su piel poseía una palidez exclusiva propia de un cadáver, ni sus ojos poseían un color oscuro, era de un color chocolate, mas parecido al oro viejo que a la miel pura, odiaba el color negro en la piel, suya y de las otras personas, y si hubiese tenido los ojos un poco mas oscuros, no dudo que ya se los hubiera arrancado. Observaba la espalda de su compañero, como si fuera algo inalcanzable, suspiraba y volvía a enterrar su cara en un libro.
– ¡Mía! ¡No te alejes demasiado! – grito la chica morena.
Mía era la gata que corría al frente, su padre le había regalado esa gata desde que la pequeña nació, y se encariño tanto con ella que no podía dejarla en ningún lado, aunque su hermano decía que era un fastidio, había insistido que tenía que quedarse con el hotel, pero frente a ella no había discusión.
Estaba siempre con esa gata de ojos verdes deslumbrantes, la cual era fiel a su ama, y siempre avanzaba delante de ellos como cuidando sus pasos, anticipando cualquier interferencia. Esa parte de la selva era virgen y por lo tanto, inexplorada se volvía cada vez más frondosa, con plantas más exóticas y animales cada vez más raros.
– Según tengo entendido – comenzó la dulce y melada voz de la rubia – las leyendas de las feroces mujeres guerreras están basadas en las indígenas que habitan por estos lugares… pero aún no hemos visto ninguna.
Comento aun sin apartar la vista de su libro de leyendas tradicionales.
– Pues espero que no pase mucho más tiempo para ver cuán feroces son esas mujeres – contesto el moreno que lideraba la expedición, de forma ruda y pervertida, en cuya mente se formó la imagen de mujeres con grandes cuerpos curvilíneos dándose un baño en las aguas termales que emergen desde el fondo de la tierra y forman aquellos posos de aguas calientes naturales, vistiéndose luego con solo unas cintas que le tapen poco de grandes pechos y largas piernas con carnosos muslos, pero recibiendo inmediatamente una bofetada de su novia, la cual provoco que la imagen desapareciera de su mente, y a quien ya le corría sudor por sus sienes.
– ¿Quieres dejar de ser tan pervertido, Pato? – lo fulmino con la mirada y el chico se encogió de ligeramente de hombros, resignado.
– No hemos venido buscando mujeres, pero – dijo nuevamente la rubia – déjalo que piense lo que quiere, Thalía. De todos modos la imaginación de un hombre es libre.
– ¡Lana! ¡No puedo creer que seas tan liberal! – Exclamo la chica de cabellos oscuros y ojos negros – ¿qué pensarías si te enteras de que mi hermano planeo este viaje solo para buscar a las mujeres salvajes?
– Yo no planee este viaje – se defendió el aludido – ¡fuiste tú!
Fue un día después del trabajo, los dos chicos regresaban después de una dura jornada en el zoológico, en donde Patricio Maldonado era un cuidador y su amigo Leandro Casanova era el veterinario de las bestias, comentaron casualmente sobre una expedición a la selva virgen del Amazonas, pero solo había sido una broma, cosa que Thalía se tomo muy enserio, sumando a su mejor amiga de la infancia, Lana Arias, quien era bióloga y trabaja en el jardín botánico, para que fuera a acompañarlos y buscar nuevas especies de plantas, lejos de la realidad y a sabiendas que de era muy poco probable cumplir lo que le prometía, Lana acepto. Aunque su hermano aun no sabia que clase de idea descabellada la había llevado a concluir su locura. A su hermana no le gustaban los animales, le gustaba solamente su gata, a ella no les gustaban las plantas ni los insectos, en cambio, aquel lugar era la raíz de las leyendas, lejos de la mitología, de Grecia y Roma, aquella selva era la cuna de muchas de las leyendas venezolanas. Y eso si era algo que le interesaba a su hermana.
Los ojos de Thalía echaban chipas, pero los de Lana estaban llenos de una calma que podría domar fieras o dormir a los bebés.
– él puede hacer lo que le venga en gana – respondió calmadamente, así como lo era su personalidad, serena y amena, lo miro de reojo, a aquel chico de cabellos negros largos recogidos en una coleta baja, con el pelo cayéndole sobre los ojos azules, se ruborizo en cuando miro sus músculos y su pecho, cerro sus ojos para no seguir mirándolo – sé que, después de todo Lean no se volvería loco por una chica salvaje.
En su mente ella se dijo “no me cambiaria a mí por una mujer así”
Siguieron su caminata, la floresta se volvía cada vez más extraña, con plantas llenas de coloridas flores que impregnaban el ambiente de un aroma putrefacto, plantas carnívoras que se volvían más grandes conforme avanzaban, casi como si pudiera llegar a comerse a un niño de cinco años entero. Lana, quien era encargada de plantas y especialista en especies ornamentales en el jardín botánico, tomaba muestras y fotos de esas especies para estudiarlas. Patricio y Thalía se encargaban de las fotografías a la fauna de los lugares, comparándola con especies ya descubiertas y algunas que ya, supuestamente, estaban extintas o en peligro de extinción. “Debes mirar esto, Mía” comentaba la chica a su gata, que se giraba pero no le prestaba la mayor atención. Lean, llevando un mapa que le servía de poco, se encargaba de seguir de cerca los pasos de la gata Mía, en ese momento ella era la guía y la diosa del lugar, parecía un felino salvaje en su hogar, le tomo miles de fotos a la gata en ecosistema salvaje y recogía gracias a ella diferentes especies de insectos. Parecía que la gata estaba tratando de ganarse su simpatía. Lean avanzaba con paso rápido, tanto que no tardo en ponerse a la cabeza del grupo y no le daba tiempo a sus compañeros de estudiar suficiente una especie o el área en que se encontraban, cuando ya se desplazaban hacia otra.
– Estás más emocionado que la gata – comento la rubia mientras le seguía.
La verdad, Lean estaba siguiendo a Mía, quien se había entretenido con miles de mariposas de brillantes colores verdes, si algo había aprendido de los animales salvajes, eran que algunos de ellos solían tener colores brillantes y llamativos para evitar que sus depredaros los comiera por error, ya que eran irremediablemente venenosos. No estaba preocupado por la gata, pero si quería estudiar esos insectos.
Y de esa manera paso casi todo el día, los biólogos, zoólogos y veterinarios, estudiaron, tomaron fotos y muestras de especies de insectos, pero a medida que pasaba el tiempo, la chica morena se irritaba más y más y de esta manera disminuía su entusiasmo, porque una vez mas se había decepcionado de no encontrar nada. ¿Y que esperaba? Que saliera de la nada una criatura mágica, una aparición o un demonio y se presentara delante de ella para pedirle una encomienda.
– ¡Leandro! – Grito Lana a sus espaldas – tenemos que acampar ya, la noche se aproxima…
Lean se detuvo y regreso, no sin antes llamar distraídamente a la gata un par de veces.
Mía tenía un espíritu aventurero. A pesar de ser una gata casera y haber nacido y crecido toda su vida como una mascota doméstica, ese ambiente salvaje la llamaba de vuelta, la reclamaba como una fiera surgida de sus entrañas que se había marchado hace mucho tiempo pero que ya era hora de volver. Era una gata muy hermosa, su pelaje era suave y su color negro brillante, como el de una pantera, su rosto remilgado era decorado por esas preciosas esmeraldas que tenía por ojos, tenía alrededor de su cuello un par de cascabeles que Lana había puesto antes de salir a la excursión y un medallón con forma de corazón que la hermana menor de Leandro le había regalado con el nombre de Mi Ángel en él. La gata había ensuciado sus patitas limpias sin garras en el barro, y había caído de pie en una charca que también había salpicado su cuerpo. La gata era igual de remilgada que su dueña, y comenzó a maullar llorando por estar sucia. Entones se dio cuenta de que ya no la seguían y regreso sobre sus pasos, maullando como una mujer adolorida.
– ¡Mí Ángel! ¡Mi Ángel! – Grito Thalía a la espesura – ¡Mi Ángel, regresa!
– Estate tranquila – dijo Lean – la gata tiene instinto, regresara por si sola.
Sin embargo, las palabras del chico no la calmaron, por alguna razón sintió que algo estaba mal, que tenía que ir a buscar a la gata.
– No hace falta que le des tanta importancia – Le comento Patricio – sabe cuidarse sola.
– Si vas a buscarla, iré contigo – Ana se puso de pie, de aquel tronco mohoso y lleno de musgo en el cual estaba sentada al lado del fuego – este no es como el vecindario.
– ¡no te lo perdonare si pierdes a Mía! – le grito a Lean antes de marcharse.
– ¿yo por qué? – dijo este con sorpresa – ¡yo le he dicho que teníamos que dejarla en el hotel!
Los gritos de su dueña eran algo que ella no podía confundirse tan fácilmente, los conocía, aquella voz suave que le hablaba desde que era una cachorrita, la conocía, y gritaba su nombre. La gata corrió por los suelos resbaladizos por el musgo y el lodo, enojada por estar tan sucia. Subió a lo alto de la copa de un árbol para poder visualizar mejor entre la penumbra de la tarde, con gran torpeza logro llegar a la copa, puesto que no tenía garras le era muy difícil, pero tenía que ver pues el crepúsculo ya comenzaba a oscurecer más la tarde, camino entre unas ramas, haciendo que aves coloridas de picos extraños salieron volando como una avalancha de alas, cuando escucho su nombre mencionado por esa voz. Los chicos se habían preocupado por sus amigas y habían acudido a ayudarlas siguiendo sus pasos, solo porque era peligroso estar en la selva amazónica solas a esa hora de la tarde, y ahora se habían sumado a la búsqueda de Mía, coreando con sus cuatro voces distintas su nombre, voces que llegaban a sus oídos aturdidos por los sonidos naturales de las aves, los insectos y el mismo del viento susurrando cuando pasaba entre cañas estrechas y ramas frondosas de los árboles, de las lianas desnudas y los pétalos débiles de las flores. La gata corrió por encima de las ramas, pero no noto que algunas estaban quebradas, por flechas y cortes de hachas fabricación de manos humanas, las cuales se terminaron de romper bajo su peso.
No habría problema, porque los gatos caen de pie, siempre caen de pie, no habría problemas si debajo de ella hubiera un suelo firme en el cual aterrizar con éxito, pero a los pies de la gata solo había agua, el peor enemigo de los gatos.
El agua de aquel enorme manantial la engullo por completo con un estruendoso chapoteo, pero Mía no volvió a salir.
– seguro que mañana la encontraremos – consoló Lana en cuanto comenzaban a volver al campamento, ya se había puesto muy oscuro y en un bosque desconocido, aun con las linternas que habían llevado, era muy fácil perderse, y si las leyendas eran verdaderas no les gustarían comprobarlas mientras cae el ocaso.

– No importa – respondió Lean mirando a la nada, para no tener que mirar el rostro fruncido de su terca hermana – es solo una gata.
Continuara...
Tarah Zeng.

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