PREFACIO.
LOS
EXPLORADORES DEL AMAZONAS.
La mujer emergió de
mananchua, aspirando profundamente el aire por primera vez… así surgió la
leyenda.
Nadie sabía que se
ocultaba en el bosque realmente, ni que podía esperarle a un osado aventurero
si se adentraba mas allá de la primera hilera de arboles, si de un bosque
encantado se tratase lleno de animales ancestrales y criaturas férricas que
hicieran de él su hogar y no le recibieran de manera amena, sino como una
amenaza que temían destruyera su hogar, ni que se pudieran encontrar cosas mas
grandes a demás de hadas y duendes, monstruos temibles emergidos del infierno
con una voracidad y una sed de sangre humana, o que se encontrara con algo mas
temible, algo mas humano, lejos de aquellas historias fantasiosas de seres mágicos
y a la vez demoniacos, encontrase indios armados con veneno de animales en sus
armas, dispuestos a defender su tierra con un cementerio sagrado lleno de
maldiciones… y esas eran solo algunas de las leyendas que se han creado a
través de los siglos al dar un paso a la aventura internándose entre las
frondosas ramas y los espesos matorrales, nadie tenía ni la más remota idea de
cuan reales eran todas aquellas leyendas que surgían de la Selva Grande. Por
eso, la valentía tocada e inspirada por la locura, incitaba a los más
intrépidos para que enfrentaran a leyendas, esperaba poder comprobarlo, o
desmentirlas o develarlas, aunque sus razones para estar en la selva estaban
lejos de ese propósito.
Un joven de aspecto
heroico, como muchos aquellos que adornan los cuentos y han quedado convertidos
en piedra por maldiciones en algunas leyendas, como aquellos que perecieron en
las fauces de un dragón, lideraba la caminata. Tenía el cabello corto de color marrón oscuro y piel
bronceada que parecía cincelada con un pincel para remarcar sus rasgos, sus
músculos y las facciones de su rostro, sus ojos eran dos pozos sin fondo que
contenía agua clara, como lo era él. Era el muchacho de más gran tamaño de los
dos.
De cerca lo seguía una chica de tez morena y
cabellos oscuros, era sorprendentemente hermosa, como si los luceros del cielo
se hubieran inmolado para darla a nacer, el brillo de sus ojos negros no eran
comparable con la estrella polar, la mas brillante de todas. Tenia las uñas
pintadas de carmín, y el pelo negro recogido en una coleta alta, adornada por
una muñera de piedras que se encontraba de moda en aquel tiempo, su ropa seguía
siendo muy colorida, a pesar de estar en la selva, ella no podía soportar estar
desastrosa demasiado tiempo, por lo cual también llevaba un poco de maquillaje,
rímel, labial y colorete, que la hacia parecer mas un muñeca que una simple
chica de gran hermosura. Llevaba bajo su brazo un libro que relata leyendas del
Amazonas, un extraño pasatiempo del que se avergonzaba, leer la hacia menos
popular en su ámbito académico y laboral, las personas no llegaban a aceptar
que una chica relacionada con las figuras publicas y la moda pudiera tener por
pasatiempo los inusuales libros, era un prototipo de mujer que la sociedad
vendía y que no podía ser mezclada con un ratón de biblioteca. Por eso mantenía
escondidos sus libros, como un extraño habito, lo hacia incluso sin darse
cuenta, como si temiera de que alguien se lo arrebatase y descubriera su
secreto.
Los otros dos que conformaban el grupo no parecían
ser demasiado especiales. El chico que era el mayor de los cuatro, tenía una
apariencia similar al de la chica morena, como si un parentesco fuerte los
uniera, por medio de un lazo familiar de fraternidad, su cabello y sus ojos
eran igual de negros que los de su hermana, aunque su piel era mucho mas clara
que la de ella, pasando a ser ni blanca ni morena, sino de un tono aceitunado.
A diferencia de su compañero, tenia el cabello largo a la altura de los
hombros, cortado a diferentes escalas, como si un torrente de brea se
desbordara y cayera en diferentes direcciones. Tenía hombros anchos y brazos
fuertes, aunque ni de asomo se asemejaba su compañero, que era mucho más
similar a un luchador de lucha libre profesional. Muchas veces su hermana se burlaba
de él, por parecerse mas a una chica por aquel rostro dulce, desprovisto de
facciones duras que ella llamaba mas masculinas, pero no por eso él no tenia
cualidades que llamaran la atención de las chicas, unas cejas gruesas y ojos
oscuros, acompañados por esa nariz aguileña, era lo que mas le gustaba a su
mejor amiga.
Ella por su parte, caminaba de última, retrasándose
para tomar alguna foto de alguna plata o animal que se cruzase en su camino, y
la mayor parte del trayecto, llevaba la cara enterrada en un libro que había
tomado del hotel. No era especialmente bella, pero era rubia y su piel poseía
una palidez exclusiva propia de un cadáver, ni sus ojos poseían un color
oscuro, era de un color chocolate, mas parecido al oro viejo que a la miel
pura, odiaba el color negro en la piel, suya y de las otras personas, y si
hubiese tenido los ojos un poco mas oscuros, no dudo que ya se los hubiera
arrancado. Observaba la espalda de su compañero, como si fuera algo
inalcanzable, suspiraba y volvía a enterrar su cara en un libro.
– ¡Mía! ¡No te alejes demasiado! – grito la chica
morena.
Mía era la gata que corría al frente, su
padre le había regalado esa gata desde que la pequeña nació, y se encariño
tanto con ella que no podía dejarla en ningún lado, aunque su hermano decía que
era un fastidio, había insistido que tenía que quedarse con el hotel, pero
frente a ella no había discusión.
Estaba siempre con esa
gata de ojos verdes deslumbrantes, la cual era fiel a su ama, y siempre
avanzaba delante de ellos como cuidando sus pasos, anticipando cualquier
interferencia. Esa parte de la selva era virgen y por lo tanto, inexplorada se
volvía cada vez más frondosa, con plantas más exóticas y animales cada vez más
raros.
– Según tengo entendido – comenzó la dulce y melada
voz de la rubia – las leyendas de las feroces mujeres guerreras están basadas
en las indígenas que habitan por estos lugares… pero aún no hemos visto
ninguna.
Comento aun sin apartar la vista de su libro de
leyendas tradicionales.
– Pues espero que no pase mucho más tiempo para ver
cuán feroces son esas mujeres – contesto el moreno que lideraba la expedición,
de forma ruda y pervertida, en cuya mente se formó la imagen de mujeres con
grandes cuerpos curvilíneos dándose un baño en las aguas termales que emergen
desde el fondo de la tierra y forman aquellos posos de aguas calientes
naturales, vistiéndose luego con solo unas cintas que le tapen poco de grandes
pechos y largas piernas con carnosos muslos, pero recibiendo inmediatamente una
bofetada de su novia, la cual provoco que la imagen desapareciera de su mente,
y a quien ya le corría sudor por sus sienes.
– ¿Quieres dejar de ser tan pervertido, Pato? – lo
fulmino con la mirada y el chico se encogió de ligeramente de hombros,
resignado.
– No hemos venido buscando mujeres, pero – dijo
nuevamente la rubia – déjalo que piense lo que quiere, Thalía. De todos modos
la imaginación de un hombre es libre.
– ¡Lana! ¡No puedo creer que seas tan liberal! –
Exclamo la chica de cabellos oscuros y ojos negros – ¿qué pensarías si te
enteras de que mi hermano planeo este viaje solo para buscar a las mujeres
salvajes?
– Yo no planee este viaje – se defendió el aludido –
¡fuiste tú!
Fue un día después del trabajo, los dos chicos
regresaban después de una dura jornada en el zoológico, en donde Patricio
Maldonado era un cuidador y su amigo Leandro Casanova era el veterinario de las
bestias, comentaron casualmente sobre una expedición a la selva virgen del
Amazonas, pero solo había sido una broma, cosa que Thalía se tomo muy enserio, sumando
a su mejor amiga de la infancia, Lana Arias, quien era bióloga y trabaja en el
jardín botánico, para que fuera a acompañarlos y buscar nuevas especies de
plantas, lejos de la realidad y a sabiendas que de era muy poco probable
cumplir lo que le prometía, Lana acepto. Aunque su hermano aun no sabia que
clase de idea descabellada la había llevado a concluir su locura. A su hermana
no le gustaban los animales, le gustaba solamente su gata, a ella no les
gustaban las plantas ni los insectos, en cambio, aquel lugar era la raíz de las
leyendas, lejos de la mitología, de Grecia y Roma, aquella selva era la cuna de
muchas de las leyendas venezolanas. Y eso si era algo que le interesaba a su
hermana.
Los ojos de Thalía echaban chipas, pero los de Lana
estaban llenos de una calma que podría domar fieras o dormir a los bebés.
– él puede hacer lo que le venga en gana – respondió
calmadamente, así como lo era su personalidad, serena y amena, lo miro de
reojo, a aquel chico de cabellos negros largos recogidos en una coleta baja,
con el pelo cayéndole sobre los ojos azules, se ruborizo en cuando miro sus
músculos y su pecho, cerro sus ojos para no seguir mirándolo – sé que, después
de todo Lean no se volvería loco por una chica salvaje.
En su mente ella se dijo “no me cambiaria a mí por
una mujer así”
Siguieron su caminata,
la floresta se volvía cada vez más extraña, con plantas llenas de coloridas
flores que impregnaban el ambiente de un aroma putrefacto, plantas carnívoras
que se volvían más grandes conforme avanzaban, casi como si pudiera llegar a
comerse a un niño de cinco años entero. Lana, quien era encargada de plantas y
especialista en especies ornamentales en el jardín botánico, tomaba muestras y
fotos de esas especies para estudiarlas. Patricio y Thalía se encargaban de las
fotografías a la fauna de los lugares, comparándola con especies ya
descubiertas y algunas que ya, supuestamente, estaban extintas o en peligro de
extinción. “Debes mirar esto, Mía” comentaba la chica a su gata, que se giraba
pero no le prestaba la mayor atención. Lean, llevando un mapa que le servía de
poco, se encargaba de seguir de cerca los pasos de la gata Mía, en ese momento
ella era la guía y la diosa del lugar, parecía un felino salvaje en su hogar,
le tomo miles de fotos a la gata en ecosistema salvaje y recogía gracias a ella
diferentes especies de insectos. Parecía que la gata estaba tratando de ganarse
su simpatía. Lean avanzaba con paso rápido, tanto que no tardo en ponerse a la
cabeza del grupo y no le daba tiempo a sus compañeros de estudiar suficiente
una especie o el área en que se encontraban, cuando ya se desplazaban hacia
otra.
– Estás más emocionado
que la gata – comento la rubia mientras le seguía.
La verdad, Lean estaba
siguiendo a Mía, quien se había entretenido con miles de mariposas de
brillantes colores verdes, si algo había aprendido de los animales salvajes,
eran que algunos de ellos solían tener colores brillantes y llamativos para
evitar que sus depredaros los comiera por error, ya que eran irremediablemente
venenosos. No estaba preocupado por la gata, pero si quería estudiar esos
insectos.
Y de esa manera paso
casi todo el día, los biólogos, zoólogos y veterinarios, estudiaron, tomaron
fotos y muestras de especies de insectos, pero a medida que pasaba el tiempo, la
chica morena se irritaba más y más y de esta manera disminuía su entusiasmo,
porque una vez mas se había decepcionado de no encontrar nada. ¿Y que esperaba?
Que saliera de la nada una criatura mágica, una aparición o un demonio y se
presentara delante de ella para pedirle una encomienda.
– ¡Leandro! – Grito
Lana a sus espaldas – tenemos que acampar ya, la noche se aproxima…
Lean se detuvo y
regreso, no sin antes llamar distraídamente a la gata un par de veces.
Mía tenía un espíritu
aventurero. A pesar de ser una gata casera y haber nacido y crecido toda su
vida como una mascota doméstica, ese ambiente salvaje la llamaba de vuelta, la
reclamaba como una fiera surgida de sus entrañas que se había marchado hace
mucho tiempo pero que ya era hora de volver. Era una gata muy hermosa, su
pelaje era suave y su color negro brillante, como el de una pantera, su rosto
remilgado era decorado por esas preciosas esmeraldas que tenía por ojos, tenía
alrededor de su cuello un par de cascabeles que Lana había puesto antes de
salir a la excursión y un medallón con forma de corazón que la hermana menor de
Leandro le había regalado con el nombre de Mi Ángel en él. La gata había
ensuciado sus patitas limpias sin garras en el barro, y había caído de pie en
una charca que también había salpicado su cuerpo. La gata era igual de
remilgada que su dueña, y comenzó a maullar llorando por estar sucia. Entones
se dio cuenta de que ya no la seguían y regreso sobre sus pasos, maullando como
una mujer adolorida.
– ¡Mí Ángel! ¡Mi Ángel!
– Grito Thalía a la espesura – ¡Mi Ángel, regresa!
– Estate tranquila –
dijo Lean – la gata tiene instinto, regresara por si sola.
Sin embargo, las
palabras del chico no la calmaron, por alguna razón sintió que algo estaba mal,
que tenía que ir a buscar a la gata.
– No hace falta que le
des tanta importancia – Le comento Patricio – sabe cuidarse sola.
– Si vas a buscarla,
iré contigo – Ana se puso de pie, de aquel tronco mohoso y lleno de musgo en el
cual estaba sentada al lado del fuego – este no es como el vecindario.
– ¡no te lo perdonare
si pierdes a Mía! – le grito a Lean antes de marcharse.
– ¿yo por qué? – dijo
este con sorpresa – ¡yo le he dicho que teníamos que dejarla en el hotel!
Los gritos de su dueña
eran algo que ella no podía confundirse tan fácilmente, los conocía, aquella
voz suave que le hablaba desde que era una cachorrita, la conocía, y gritaba su
nombre. La gata corrió por los suelos resbaladizos por el musgo y el lodo,
enojada por estar tan sucia. Subió a lo alto de la copa de un árbol para poder
visualizar mejor entre la penumbra de la tarde, con gran torpeza logro llegar a
la copa, puesto que no tenía garras le era muy difícil, pero tenía que ver pues
el crepúsculo ya comenzaba a oscurecer más la tarde, camino entre unas ramas,
haciendo que aves coloridas de picos extraños salieron volando como una
avalancha de alas, cuando escucho su nombre mencionado por esa voz. Los chicos
se habían preocupado por sus amigas y habían acudido a ayudarlas siguiendo sus
pasos, solo porque era peligroso estar en la selva amazónica solas a esa hora
de la tarde, y ahora se habían sumado a la búsqueda de Mía, coreando con sus
cuatro voces distintas su nombre, voces que llegaban a sus oídos aturdidos por
los sonidos naturales de las aves, los insectos y el mismo del viento
susurrando cuando pasaba entre cañas estrechas y ramas frondosas de los
árboles, de las lianas desnudas y los pétalos débiles de las flores. La gata
corrió por encima de las ramas, pero no noto que algunas estaban quebradas, por
flechas y cortes de hachas fabricación de manos humanas, las cuales se
terminaron de romper bajo su peso.
No habría problema,
porque los gatos caen de pie, siempre caen de pie, no habría problemas si
debajo de ella hubiera un suelo firme en el cual aterrizar con éxito, pero a
los pies de la gata solo había agua, el peor enemigo de los gatos.
El agua de aquel enorme
manantial la engullo por completo con un estruendoso chapoteo, pero Mía no
volvió a salir.
– seguro que mañana la
encontraremos – consoló Lana en cuanto comenzaban a volver al campamento, ya se
había puesto muy oscuro y en un bosque desconocido, aun con las linternas que
habían llevado, era muy fácil perderse, y si las leyendas eran verdaderas no
les gustarían comprobarlas mientras cae el ocaso.
– No importa – respondió
Lean mirando a la nada, para no tener que mirar el rostro fruncido de su terca
hermana – es solo una gata.
Continuara...
Tarah Zeng.
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