CAPITULO 1.
La vida de varias personas pueden ser
larga, otras corta, no duran mucho aunque quieran vivir, no se que tiene
conmigo la muerte, ella me desprecia, tampoco me quiere.
Vivo y estudio en la ciudad de Caracas,
quizás hayan oído hablar de ella ya, es una ciudad muy concurrida,
probablemente Caracas sea una ciudad como otras, tenia un centro comercial,
muchos centros comerciales, puentes que atravesaban grandes calles o ríos,
avenidas repletas de autos en trafico, tiendas de ropa, restaurantes, parques,
plazas, talleres, escuelas publicas y privadas, urbanizaciones como Altamira,
Chacao, llenos de personas ricas con grandes casas, muy caras, tipo mansión,
tenia barrios también como... Petare, con personas que trabajaban en cosas no
tan honorables para mantener a sus familias, lo se, porque he estado en Petare
en mas de una ocasión y no pienso dejar de seguir visitándolo, a veces me
siento como ellos, me meto en sus pieles y puedo sentir sus necesidades y sus
tristezas.
Caracas estaba cerca de La Guaira, que
seria un buen sitio para un traficante de drogas, tenia montañas, un lago,
ríos, y la playa, decorada con grandes palmeras que se extendían por toda la
costa, había ido en dos o tres ocasiones a esa playa, con mis padres y a veces
con Marcelina.
En el instituto “Las Buenas Raíces Mauro
Suarez” que estaba ubicado al lado este de la ciudad, del lado de los
millonarios, de las personas con dinero, el lado al que pertenecía, pero que
quería escapar. En el instituto privado, era un lugar para principios estudiantiles
y personales, pero dudaba de que la mayoría de los alumnos los pusiera en
práctica.
HOY,
ANTES DE MI DESICION...
Estábamos precisamente llegando al
instituto, cuando una ola de admiradores de Marcelina nos detuvieron, aunque
estábamos en abril y el día de san Valentín había pasado, los chicos seguían
haciéndole regalos a Marcelina como si aun fuera febrero, y ahora que ella
estaba soltera, todos querían tener el honor de ser el novio de una de las
chicas mas populares de todo el instituto y de Altamira.
¿Miran a esa rubia candente que va
caminando hay, la que tiene la mini falda, el mejor uniforme, miles de chicos
babeando tras su caminar, la rubia de cabellos largos y lisos, piel perfecta,
lisa, sana y suave de color mas pálida que la porcelana pulida, que copitos de
nieve que caen de las nubes en los Alpes andinos, piernas largas y esbeltas,
pechos enormes y cintura de avispa, ojos de color verde oliva, sonrisa de
diamantes, cara perfilada, una nariz pequeña y redondita, mejillas mas rosadas
que la de un bebe y manicure de dos días? Pues esa, esa no soy yo... en cambio
¿ven a la chica bajita, delgada sin pechos y piernas totalmente estropeadas,
con un uniforme de marca simplemente porque sus padres son ricos y se lo
compraron aunque no haya dado su consentimiento, la que lleva pantalón largo y
flojo, porque teme que alguien mire sus piernas y se espante, la que lleva el
cabello recogido en una coleta alta que le queda floja, cabello negro y ojos
negros mas que la noche misma, la que lleva guantes porque sufrió la ultima
alergia mas grande a las avispas que ha tenido toda su vida? ¿Precisamente, la
que esta detrás de la rubia hermosa, detrás de su sombra y detrás de la pila de
admiradores de su amiga? Esa, esa soy yo, antes del cambio, antes de cortar o
en un buen termino, mutilar mi cabello.
Como no quiero aburrirlos con mi vida
cotidiana, mejor contare las partes más emocionantes de mi vida, aunque, creo
que no son muchas. Pero tengo secretos, que seguro les gustaran.
– Hablare con todos en algún momento
chicos, ahora debo entrar en mi clase de… economía – les dijo Marcelina, su
actual escusa para librarse de ellos… es una pésima mentirosa, ni siquiera hay
clases de economía en Las Buenas Raíces… Como ya debes de saber, debes de haberte
dado cuenta, Marcelina es la rubia preciosa y la rubia preciosa es Marcelina, y
ya te diste cuenta de que, aunque sea solo un poco, la envidio, ¿cierto?
Yo me aleje de ellos, el descontrol no
era lo mío, y ver como un monto de cabezas huecas acosaban a Marcelina
diciéndole mentiras crueles y viles para que ella los aceptara, me sacaba de
mis casillas, eso era descontrol descomunal, aunque a veces, solo a veces yo
también era parte del descontrol.
Me senté alejada de ellos en uno de los
limpios bancos de las entradas del instituto, pero estaba lo suficientemente
cerca para escuchar las mentiras surgidas de la perfecta y deseable boca de
Marcelina y también las cochinas y sucias mentiras de parte de los fulanos
caballeros de Las Buenas Raíces. Desde lejos escuchaba el cuchicheo mientras me
fijaba excesivamente concentrada en resolver las respuestas de la tarea de
matemáticas que aun no nos pasaban... elimina eso, yo estaba como alguien fingiendo estar concentrada
en la tarea.
Los chicos, que eran tres, rodeaban a
Marcelina, dándole obsequios y ella les decía un “gracias” en respuesta. Le
habían dado una rosa roja – gracias, Jos... – no había terminado de decir su
nombre cuando le toco decir otro gracias.
Subí la mirada cuando los cuchicheos se
calmaron y vi a Marcelina venir directo hacia mi, subí la cabeza para verla
directamente era cierto que tenia uno de los tumbaos mas excitantes de toda
Caracas, por eso los chicos la deseaban.
Volví a fijar la vista en mi cuaderno,
que estaba en blanco y lo cerré antes de que llegara, sin verla dije – ¿otros
chocolates?
Ella se sentó a mi izquierda y cruzo las
piernas. Levante la mirada nuevamente para verla responder, ella se aliso una
arruga que se formaba en la chaqueta de su camisa – será que piensan que como
solo chocolates, son deliciosos, pero... ¿sabes cuentas calorías contienen?
engordare y así no le gustare a nadie.
No era cierto.
Un comentario típico de diva caraqueña.
Me dio los chocolates. Destape la caja y
me metí un bombón a la boca, tenia mantequilla de maní, mi favorita. Ella
observaba una caja que le había dado uno de ellos.
– ¡Cielos! – sus ojos se abrieron con
sorpresa, mientras yo masticaba uno mas de los chocolates. Vi a su mano, y una
fina cadena de oro con incrustaciones de diamantes, estaba incrustada en una
cajita color lila – jamás pensé que alguno de ellos hiciera un regalo como
estos, ¡vale mas de cien mil euros!
Y yo jamás pensé que ella se sorprendiera
con un regalo como ese, tengo cientos de cadenas iguales a esa o mucho más
caras. Y yo, otra vez olvide que ella era una nueva rica, recuerdo que sus
padres sacaron fortuna hace cuatro o cincos años, y desde eso se mudaron al
sector de Altamira, pero tampoco era que fueran una de las personas mas pobres
de Caracas o de toda América, los abuelos de Marce tenían dinero y la mandaban
a una escuela privada, nos conocemos desde hace muchos años y siempre hemos
sido amigas.
– No sabes nada de euros – dije, pero
ella no me escucho. Cuando ella termino su admiración a su cadenita de oro, me
atreví a decirle – entonces, deberías quedarte con Carlos, ¿eh?
Ella hizo una mueca, y frunció el ceño –
pero fue Eugenio que me dio este regalo.
Asentí lentamente mientras saboreaba otro
chocolate en mi boca, tomaba otro, le daba vuelva en mis manos tapadas por los
guantes y me tomaba mi tiempo para responder – si, ¿pero que hay de malo con
Carlos? No esta mas una relación llena de bombones – terminando de decir eso,
deje de jugar con el chocolate en mi mano y lo metí en mi boca, saboreándolo
significativamente.
Y Marcelina rodaba los ojos – una
relación llena de bombones, es igual a una gorda sentimental – dijo con desdén.
Señale a mi reloj de plata en mi muñeca
izquierda, que prácticamente era una serpiente enrollada alrededor de mi muñeca
– clase de economía señorita Marcelina Fajardo, ¿no iba usted a llegar tarde?
Ella bufo y la mire con una sonrisa. En
ese instante llegaba el ruidoso Ferrari de Matilda Montana, la chica mas
popular de todo el instituto, esta ella a la cabeza, Marcelina la sigue, luego
su amiga Laura Casas y la odiosa de Sasha Malval, que le hace honor a su
apellido.
El chofer bajo del auto, que al estacionar
dejo marcas en el estacionamiento, para abrirle la puerta a su majestad la gran
reina. Matilda bajo del choque con una falda tan corta como la de Marce, su
chaqueta no tenia ni una sola arruga y su cabello estaba recogido en una coleta
que la hacia parecer mas que espectacular, tenia una piel rosadas sin manchas
ni lunares, con una pinta de ser muy suave, el fleco de su cabello que caía
sobre sus ojos de color marrón, era de un color exótico parecido al naranja… el
color de una naranja marchita. Es verdad que Matilda no es la más delgada del
colegio, no tiene una cintura tan chica como la de Marcelina, pero aun así es
bella. Esta le dio al chofer unas indicaciones que pronto desapareció en el
interior del auto, que dejo el estacionamiento minutos después.
Matilda Montana sonreía a nuestra
dirección y se dirigía hacia allí, yo sabia que a mi no veía, que a mi no me
sonreía, solo cruce un par de palabras con ella desde que la conozco, nos
habíamos dicho, quizás hola y adiós, pero no era siempre, Matilda no se baja de
su pedestal para hablar con personas mas bajas que ella, y no me refiero a
estatura.
Marcelina se levanto y esa era la señal
de que yo también, se dirigió prácticamente corriendo al recibimiento de
Matilda, que al llegar ambas se dieron un beso en cada mejilla, tal como hacían
los franceses, mientras yo recogía mi cuaderno, y cerraba por fin la caja con
unos cuantos bombones que quedaban.
Matilda es perfecta. Nunca pensé que
existiera una persona así. Es bella, inteligente, y la mejor y mas popular
alumna de la clase. Casi temí de qué Marcelina se fuera con ella y me dejara
sola, para volver a mi mundo de soledad encerrada. Podía dejarme sola, podía
irse, de todos modos ambas pertenecían al mismo bando, eran bellas, populares,
en cambio yo, yo era una chica en la sombra de todas ellas y sus amigas, una
chica que jamás llama, ni llamara la atención.
¿Por que yo estaba con Marcelina? Ella se
había vuelto popular desde que empezó a tener belleza y dinero ¿acaso no me ha
dejado aun por que piensa que soy su responsabilidad? La podre niñita que fue
su amiga desde siempre y que ya no tiene otra persona con quien hablar.
Llegue hasta donde ellas hablaban sin
cesar de moda y no se cuantas cosas mas, Matilda me miro de reojo y dijo – ah,
hola... mmm... Mía.
¿Mía? ¡Si! ¡Que nombre tan original! Mía
esto, Mía lo otro, Mía, Mía, Mía, entonces ¿de quien soy en realidad, si todos
me llaman Mía?
– Hola – respondí de mala gana.
Ella fijo la vista en Marcelina y dijo –
Marce, las elecciones para presidente serán antes de junio. Pero no importa
estamos en abril.
Marcelina rio de su chiste sin gracia y
también yo, aunque solo entre dientes y fue una sonrisa sarcástica.
Ese tonto concurso de popularidad había
sido ganado por Matilda por los tres últimos años, no entiendo para que lo
hacían, si siempre ganaba ella, ya sabíamos que era la mas linda, la mas
inteligente y popular, la mas influyente de los alumnos, no había porque
restregárselo a la cara a todas las persona cada vez, a nadie se le olvidaría
la linda y comunitaria Matilda.
Matilda y Marcelina se despidieron como
se habían saludado, con un beso en cada mejilla. Por suerte Marce no me dejo
sola. Tan solo faltaba. ¿Mencione que soy muy celosa con mi mejor amiga?
Marce tenia una gran sonrisa en su cara
despidiéndose de la gran anfitriona y reina de este instituto, los chicos son
unos idiotas, tampoco es que estuviera interesada en uno de esos patanes, pero
todos babeaban por Mattie, Matilda Montana.
Una vez que ella estuvo fuera de nuestro
campo de visión, Marce se volteo y me miro fijamente, su expresión cambio a una
mas vacía, había notado mis guantes, aunque no eran novedad. Mis guantes
tampoco eran de esos que usaban en los hospitales, o lo que se ponía Wendy para
fregar la vajilla, eran modernos, bonitos, caros, eso si, mis padres siempre me
compraban cosas caras, aunque no fuera necesario.
Marce me miro como cachorrito – ¡oh nena!
Otra vez. Nunca se te va a curar.
Ok, mentí. Lo que tengo no es alergias
por las picaduras de abejas, ni nada por el estilo, no nací con lo que tengo
pero jamás, jamás se me va a quitar.
Marcelina retiro mi guante, y observó mis
ronchas y ulceraciones rosa-blancas, hinchadas, picaban y me dolían. Retire mi
mano asiéndola creer que me dolía, y en verdad, lo hacia – lo siento – dijo.
– No se cura. Marcelina, no tiene cura.
Le quite mi guante de su mano, pero antes
de volver a ponérmelo paso Sasha y su amiga Johana. Sasha Malval susurra –
pieles de serpiente – y su amiga rompe en carcajadas. Ya la broma de Malval
quedaba grande. Después de escuchar algo tantas veces te aburres de ello, pero
Sasha no es así, ella hace una broma y para ella siempre tiene gracia.
Es una chica morena, alta, sus cabellos
tienen pinta de ser rizados, pero quizás jamás lo descubriré, Sasha siempre
tiene el pelo liso, planchado para ser precisa. Sus faldas son tan indecorosas
que debe de haber una pulgada del final de su falta, para llegar al inicio de
su ropa interior. No tenía una buena fama, pues es una de las chicas más
populares, pero a mis oídos llegaron chismes de las lenguas largas que se había
acostado con más de la mitad de “Las Buenas Raíces. Mauro Suarez”
En los labios de Marce salió una sonrisa,
una mínima pero fue una sonrisa. La fulmine con la mirada porque sabia de que
se reía, ella había dicho... ella prácticamente fue la que inicio el apodo de
pieles de serpiente, a mi piel cuando la comparo, en clases de biología, Sasha
había escuchado y se lo tomo como su broma personal.
Que te digan pieles de serpiente durante
toda tu vida no es nada agradable.
– no es para tanto, Mía – negó con la
cabeza y de su tono de voz sonó un poco de tono monótono.
Explote – ¡no es para tanto! – Casi grite
– Marce, me llamaran así durante toda mi vida. No es mi culpa tener esta
enfermedad, a no tengo a quien echarle la cul...
La culpa, no tenia a quien culpar.
¿Genética?, era imposible saber si era genética… bueno no imposible, pero no
tenia a nadie. No sabía nada.
Tomo mis manos y empezó a besar mis
ronchas, mis ulceraciones, con todas sus imperfecciones – lo siento. Lo siento.
Lo siento – sellaba cada lo siento con un beso en el dorso y el revés de mi
mano.
No podía perdonarla. Así simplemente.
Aunque no se si eso fue una risa verdadera. No sabía nada. Ella sabia lo
delicado era el tema de mi piel. Jamás sanaría. Jamás lo olvidaría. Sin mirarla
supe que volvía a tener los ojos de cachorrito, solo dije entre dientes –
vamos. O si no llegaremos tarde a clases.
Mi voz sonó vacía, no había sentimientos
en ella. Estaba tan acostumbrada a usar esa expresión. Deje a Marcelina, me fui
caminando rumbo al salón de clases, Marce se quedo ahí, sola, de pie, mientras
todo el mundo se movía a su alrededor.
EN
CLASE.
¿Ven? Dije que mi vida es aburrida, soy
una persona ordinaria en la vida ordinaria, con problemas ordinarios, pues
aunque no tan ordinarios, la mayoría de las chicas no sufren este tipo de
problemas, algo de acné, pero nada como lo mío, el acné puede sanar, lo mío no.
Soy una persona simple, que se altera
fácilmente y convierte el más mínimo problemita en algo grande. Le doy
demasiada importancia a todo.
Estoy acostumbra a quedarme en el rincón
y no tratar de llamar la atención. Eso hacia cada día de mi vida en el
instituto, sentarme en el final de la fila, en el ultimo rincón del salón de clases,
así la señorita Mirian no se fijaría en mi para hacerme alguna tonta pregunta
de biología, odiaba la biología.
Odiaba que me preguntaran cosas a las que
no les prestaba atención, pero lo hacían, me preguntaban.
– García – dijo la señora Mirian Toledo,
después de haber estado preguntando al azar, y al ver que yo no participaba,
como usualmente, me nombro a mí por encima de un montón de manos alzadas –
¿Sabes la respuesta?
Mi atención fue a ella, ignorando las
miradas de todos mis compañeros – ¿Podría repetir la pregunta?
Todos en el salón de clase rompieron en
carcajadas. Rodé los ojos, no tenia que mirar para saber quien se estaba
riendo, todos, excepto Mattie, Matilda Montana era la mas respetuosa de todos
mis compañeros, ella se había ganado la mejor reputación por eso, aunque
quisiera, ella respetaba las condiciones de los demás, pero eso no significaba
que fuera una fanfarrona.
Hasta Marcelina se estaba riendo, solo un
poco, y trataba de disimularlo, hipócrita.
La profesora Toledo me odia, a veces
pienso que tiene problemas personales conmigo, pero como dije antes, soy
demasiado exagerada, aunque nadie me vea y me preste atención, siempre pienso
que soy el centro de los chismes.
– Montana – dijo rotundamente la
profesora sin responder a mi pregunta y pasando su mirada sobre el rostro de
Matilda y su mano alzada con uñas barnizadas.
Mattie bajo su mano, acomodo su cabello y
dijo – Un genotipo, es un conjunto de genes característicos, que posee un
individuo en forma de ADN...
No le preste atención al resto, a veces,
parecía que era Mattie la que daba la clase, por lo menos, la atención hacia mi
disminuyo. Ya nadie me veía, ya nadie se reía.
Volvía a ser invisible...
Cada vez que la gente me veía, cada vez
que una nueva persona me conocía, lo primero que preguntaban, incluso antes que
el típico Hola, al inicio de las conversaciones, era ¿que eso de tu piel? Lo
pronunciaban con asco, con un ceño fruncido, no se atrevían a darme la mano, ni
siquiera cuando yo les decía que no era contagioso, pensaban que mentía,
siempre eran precavidos, muchas de las personas a las que conocí, no las volví
a ver mas nunca.
Pieles de serpiente...
A veces pensaba en eso, aunque trataba de
no hacerlo... el apodo de pieles de serpiente comenzó hace tres años, cuando
estudiaba segundo año de bachillerato, fue en biología, justo la clase que
odio, mejor dicho, odio esta clase, por culpa de ese incidente.
Estábamos en el laboratorio de biología,
Marcelina y yo en equipo, la clase consistía en abrirle la panza a una
lagartija, sapo o serpiente, para ver sus órganos y diferenciarlos, nosotras,
teníamos una serpiente, Marce se había quedado prendada de sus pieles, antes
comenzó a ver mis manos sin guantes.
Malval estaba en la sala, aunque era de
una clase diferente, estaba practicando con Mattie de algo a lo que no le
preste atención, en realidad, no supe que Malval estaba en el laboratorio hasta
que escuche su voz.
La profesora había salido a no se que con
otro de los profesores de Biología, lo que mas intrigaba a los alumnos, es que
el profesor era sumamente joven, las chicas morían con solo verlo, y según
rumores de escuela, la profesora, en ese entonces una que se llamaba Edith, se
entendía muy bien con Juan, ese era el nombre del profesor.
De un momento a otro, mientras trataba de
hacer un resumen de lo que íbamos a hacer con la serpiente, Marce pronuncia –
mira la piel de la serpiente... se parece a la tuya, Mía.
Imprudente, me pareció, hablo tan fuerte
que creo que los alumnos de la clase de al lado escucharon.
Todos voltearon a verla, nadie dijo nada,
había un silencio incomodo en la sala, hasta que ese silencio fue roto por la
voz que se carcajeaba de Sasha, todos la siguieron, jamás me sentí tan
humillada, pero eso no termina aquí.
Sasha se acerco a mi – tiene razón,
Pieles de serpiente – tomo mi mano, la alzo y bajo la manga de la bata blanca
de laboratorio. La observo – pero es áspera y escamosa, las pieles de las
serpientes no son así, son mas suaves – las risas volvieron, soltó mi brazo y
miro su mano, en su cara apareció una mueca de asco, sabia que mi cara estaba
mas roja que un tomate y que seguro no era solo por vergüenza, también por ira
– ¡Que asco! ¡Me has dejado tus escamas!
Se habían preguntado ¿por que odio a
Sasha? O ¿por que odio las clases de biología? Ahora lo saben.
Continuara...
Tarah Zeng.
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